Palabras de presentación para «Isla Diseminada. Ensayos sobre Cuba» en la librería Books and Books el 20 de septiembre de 2022

Quiero agradecer la oportunidad de leer este comentario en cuatro partes al Cuban Research Institute de la Florida International University, a la librería Books and Books y a la editorial Hypermedia, por organizar el evento. También al Gender and Sexualities Studies Program de Northwestern University, por financiar mi participación.
Uno: De cómo una relación epistolar no sobrevive sino entre amistades peligrosas
El email llegó el 23 de noviembre de 2019, tenía un asunto bastante elocuente “Invitación a libro” y uno de los firmantes era mi conocido Reynaldo Lastre. Cito:
Queremos invitarles de manera formal a participar en nuestro proyecto de libro, cuyo título provisional es Isla diseminada. Cuba en el ensayo joven (estamos abiertos a sugerencias de título). El libro consistirá en una compilación tanto de ensayos (en el sentido hispanoamericano) como de “papers” (en la perspectiva académica estadounidense), escritos por doctorandos o jóvenes doctores de diferentes academias, zonas del mundo y nacionalidades. La obra será publicada por la Editorial Hypermedia.
Planas Cabreja, Justo. Invitación a libro. el 23 de noviembre de 2019.
Me gustó la idea. Aunque la gurú del camino al éxito para la generación académica milenial Karen Kelsky advierte claramente “No pongas tu material en capítulos de la colección de ensayos de alguien más” (104) si quieres conseguir un trabajo y un contrato de libro en el futuro cercano, también admite “No puedo decirte el rango de las publicaciones en tu campo” (103). Así que decidí confiar en Reynaldo, mi conocimiento sobre los Cuban Studies y los elegantes diseños de Hypermedia.
En teoría, el proceso de revisión por pares y edición nos ocuparía el 2020. Yo imaginaba que la navidad de 2020 incluiría la presentación del libro en algún lugar exótico, como New York o Miami. Sería una excusa para reunirnos, compartir nostalgias y hacer honor a una de las más sagradas tradiciones intelectuales del planeta: darse coba mutuamente. Pero de repente era marzo de 2020 o febrero de 1918 -el flujo temporal es un poco turbio para quienes hacemos ciencia ficción incluso en los buenos tiempos- y todo se fue al infierno.
Nuestra correspondencia editorial siguió durante dos años tortuosos en los que -de verdad- el planeta se volvió especialista en resistir, luchar y vencer frente a un enemigo insensible, cruel e inhumano. Efectivamente es inhumano, y, coño, se suponía que esto pasaba en los cuentos de ciencia ficción escapista con los que yo me gano la vida.
Dice una canción que “la vida te da sorpresas”. Es verdad. Te sorprende, por ejemplo, a qué cosas te agarras para mantener el rumbo cuando todo lo sólido se desvanece en el aire: empecé a pensar sobre este proyecto como El libro sobre Cuba, y la persistencia del equipo creativo fue un faro en medio del atroz y repentinamente desconocido mundo que un virus nos desveló.
De las quinientas catorce páginas de Isla diseminada, veinticuatro son responsabilidad mía. Vale aclarar esto, los comentarios de Mabel Cuesta y Antonio Córdoba enriquecieron el material de modos sorprendentes, pero la responsabilidad final recae solo en mi. Para bien o para mal. Sobre todo es mi responsabilidad porque “La fábula de una familia cuir. Reflexiones sobre feminismo y poliamor en una novela de Daína Chaviano” lleva tiempo dando vueltas en mi cabeza, años o décadas, según dónde se ponga el inicio del cuento.
Les dije que a la gente de ciencia ficción lo del tiempo lineal no nos detiene, ¿verdad?

Dos: De cómo la falta de opciones en una biblioteca municipal te lleva al doctorado
Vi por primera vez a Daina Chaviano una noche de sábado de 1990 en el programa Contacto, promovía su libro El abrevadero de los dinosaurios, y leyó el relato “Amor contra natura”, para mi horror y delicia.
Sin que mi familia o el Ministerio de Educación lo sospecharan, Daina Chaviano, Chely Lima y Alberto Serret llevaban años modelando mi educación sentimental. Me refiero, por supuesto, a su trabajo para el ICRT. Gracias al monopolio televisivo, vi transmisiones y retransmisiones de “Había una vez”, “Viva el disparate”, “Hoy es siempre todavía”, “Shiralad o el regreso de los dioses” y “Castillo de cristal”. Así, entre discursos de Fidel y telenovelas brasileñas, me tragué la píldora roja que -con discreción admirable- habían entretejido en sus guiones: mucho de lo que soy, de la persistente convicción de que una persona tiene derecho a ser lo que decida, incluso en Cuba, se lo debo a esas horas de televisión idealista e idealizada, que me hizo creer que un mundo mejor es posible.
En la década de los noventa, en medio de apagones y problemas de salud, Daina siguió influyendo en mi mundo: fueron sus prólogos y traducciones las que me llevaron a El hobbit y El señor de los anillos y su antología Joyas de la ciencia ficción me abrió los ojos a una larga y diversa tradición internacional de sueños y pesadillas tecnológicas. Sobre todo, la leí a ella misma: después de El abrevadero de los dinosaurios devoré sus especulaciones en orden creciente de páginas: Los mundos que amo, Amoroso planeta, Historias de hadas para adultos y, finalmente, Fábulas de una abuela extraterrestre.
Regresé a Fábulas… una y otra vez mientras crecía. Hubo dos razones básicas para mi lectura recurrente: primero, estaba (estoy) fascinada por la complejidad de su trama y lo ajeno de sus personajes, segundo, la biblioteca municipal de Regla no podía ofrecer mucho más en materia de ciencia ficción. La repetición forzada y delectable de unos pocos títulos -acaso veinte- reunidos en mi casa durante una década me dejó un ojo aguzado, de modo que cuando se reiniciaron las publicaciones de fantástico en Cuba con el inicio del siglo XXI, yo estaba lista.
Pero tener la capacidad no significa tener la conciencia o la oportunidad. Fui parte del fandom por más de quince años hasta que la crisis económica y el avance del género fantástico hacia el centro de las conversaciones cotidianas me decidió a salir del armario -ahora escribo esto, y se me ocurre que debería incluir en los agradecimientos de mi tesis a las hermanas Wachowski y a Kevin Feige. Me fui a la Universidad de Oregon como académica geek, y mi tesis de maestría exploró las especulaciones de varios autores cubanos sobre cómo sobreviviría la nación en un futuro post-apocalíptico. Es un texto bastante deprimente, la verdad.
En mi aplicación para el programa de doctorado del departamento de Español y Portugués de Northwestern University, escribí que quería investigar las familias en la ciencia ficción cubana. Esclava de mi edad y mis doctrinas, decidí que debía ante todo rendir homenaje al canon. Desde el principio tuve claros dos títulos que no podían faltar: Espiral de Agustín de Rojas y Fábulas de una abuela extraterrestre, de Daina Chaviano.

Llegué a Northwestern en agosto de 2018. Escribí el primer boceto de mi análisis sobre la novela de Chaviano para un curso de Antropología de la Sexualidad en diciembre de ese mismo año. Mi aporte a Isla diseminada es, entonces, una versión desarrollada de aquel trabajo final y una visión aún tentativa del segundo capítulo de mi disertación de doctorado.
En “Fábula de una familia cuir. Reflexiones sobre feminismo y poliamor en una novela de Daína Chaviano” exploro la descripción de las normas sexuales y organización familiar en Fábulas… y cómo su autora propone una alternativa a las convenciones heteropatriarcales y a menudo explícitamente homófobicas, que articulan el discurso nacionalista de Cuba desde su fundación en el siglo XIX. Propongo que Chaviano construye un espacio ficcional donde cuerpos y familias cuir ofrecen, en los términos de Emilio Bejel “la posibilidad de una nueva perspectiva, que lleva a la resignificación de la nación cubana”, cuyo corolario es la relación poliamorosa entre tres adolescentes alienígenas: Ijje, Dira y Jao. Considero el desarrollo de esa unión el aporte más significativo de Daína Chaviano a la ciencia ficción cubana: el reto al patriarcado a través de la deconstrucción de la heteronormatividad y la monogamia.
Como ya dije, este artículo es una visión aún tentativa del segundo capítulo de mi disertación de doctorado “Gente cuir en tiempos extraños. Familias y sexualidades en la ciencia ficción contemporánea de Cuba”. La investigación explora cómo la ciencia ficción en Cuba ha usado los recursos expresivos del género para deconstruir las nociones sobre los roles de género y la familia heteronormativas, y con frecuencia homofóbicas, que articula en discurso nacionalista oficial cubano. Uso la teoría cuir para estudiar las transgresiones sexuales y otras subversiones del discurso heteronormativo nacional (el Hombre Nuevo, la moral socialista, etc.) en tres novelas cubanas de distintos periodos históricos y culturales: Espiral (1982) de Agustín de Rojas, Fábulas… (1988) y Habana Underguater (2010) de Erick Mota.
Esta investigación es parte de mi objetivo profesional de pensar el fantástico cubano como uno de los muchos espacios de resistencia cultural e identitaria en Cuba. Creo que la producción, intercambio y debate de ideas alrededor de los géneros del fantástico (fantasía, ciencia ficción y horror) permitió el desarrollo de una conciencia crítica respecto al proyecto de sociedad que el gobierno cubano imaginó, implementó y presentó como única opción posible a través de toda su maquinaria propagandística por décadas. No se trata solo de las sexualidades. He escrito también sobre la resistencia al racismo en los animados del Negrito Cimarrón de Tulio Raggi y de cómo se articula el racismo colonialista que alienta la misión “de ayuda humanitaria” en Espiral.
Sin embargo, lo que Isla diseminada significa para mi es cualitativamente diferente a un (cuestionable) escalón en el sendero académico: tiene que ver con el pasado que recuerdo, y con el futuro que imagino.

Tres: De cómo lo importante del pasado son los recuerdos
El precedente más claro de Isla diseminada es otra antología organizada por Reynaldo Lastre: Anatomía de una isla. Jóvenes ensayistas cubanos (Ediciones la Luz, 2015). No es solo que los índices de Anatomía… y de Isla diseminada… tienen cinco nombres en común (casi la cuarta parte del índice), sino que en ambos casos es explícita la voluntad de construir diálogos sobre Cuba, en cualquier tiempo, en cualquier aspecto. Lastre cierra su prólogo de 2015 con la esperanza de que el volumen se lea “como ese espacio en que una generación muestra una manera de pensar la cultura del país en que vive” (19), aunque ya para 2016 el término más justo habría sido “el país donde nació”.
La isla como límite físico se desdibujaba, más débil como espacio de contención mientras más fuerte se hacía como espacio de confrontaciones ideo estéticas que, vistas en conjunto, se complementaban. Según Víctor Fowler, la singularidad de Anatomía… es extrema, “no hay otro proyecto que se compare como no sea la compilación Nuevos críticos cubanos (1983) hecha por José Prats Sariol.” (7)
Personalmente, el índice de Anatomía… me parecía -me parece- familiar y ajeno al mismo tiempo: es un retrato generacional (nacimos en Cuba entre 1980 y 1987), tiene la diversidad irreductible de un grupo que no es, ni aspira a ser, un colectivo. Es como mirar el retrato de grupo de la graduación del preuniversitario: hay un origen común, pero nuestras elecciones en objetos de estudio y metodologías hablan claro de lo poco que tenemos en común excepto (claro) la manía de pensar la isla. Lastre abrazó esta diversidad y afirmaba en el prólogo que venía a “demostrar que los tiempos condicionan irremediablemente la subjetividad colectiva.” (19)
Ese recuerdo feliz de verme por primera vez en un “retrato de grupo” fuera de la comunidad del fantástico cubano pesó en mi decisión de aceptar cuando Justo, Reynaldo, Alex y Jorge mandaron su email en noviembre de 2019. Habían decidido romper con la isla como criterio de pertenencia y abrazar la isla como criterio de encuentro temático, mientras mantenían la voluntad de revelar voces noveles, no por nuestras edades, sino por dónde estamos en el espacio profesional.
Una cosa más sobre los recuerdos: he mencionado ya dos veces la frase “retrato de grupo”, no es casual. Mi escasa biblioteca personal incluía la antología poética Retrato de grupo (Letras cubanas, 1989) y recuerdo, con extraña claridad, dar vueltas en mi mano al pequeño libro amarillo y darme cuenta de que había algo ahí más allá de mi comprensión. No era lo que me producía la ciencia ficción, donde yo creía comprender y cada relectura me sorprendía con nuevos elementos. Leyendo estos poemas, y el prólogo firmado por Antonio José Ponte y Víctor Fowler Calzada (dos nombres que no significaron nada hasta décadas después) yo tenía consciencia de que leía, pero no comprendía. ¿Era esto poesía? ¿Era esto una antología? ¿Eran esas personas con la edad de mis padres “jóvenes”? ¿Eran esos sentimientos que describían reales, siquiera posibles?
Aun cuando Retrato de grupo no estaba pensado para una niña de doce años, me descubrió la posibilidad de universos poéticos mucho más complejos que los incluidos en los programas escolares de la época. La conciencia de que un tren podía no ser solo un tren me llevó inevitablemente a pensar a Arlena, la protagonista de Fábulas... de otro modo.

Cuatro y final: Donde Fidel les influye y el pensamiento crítico les junta
Estamos en septiembre de 2022. ¿O estamos en diciembre de 2001? No estoy segura, Galadriel vuelve a controlar las pantallas desde Amazon, la misma plataforma donde se puede comprar Isla diseminada hace seis meses.
El libro reúne (me lo prometieron ellos, e Hypermedia lo cumplió) temas, perspectivas ideológicas y estilos literarios muy variados. Este todo mezclado da testimonio de las diversas formaciones del grupo y, creo que algo más importante, el carácter transnacional de quienes tratamos de abrirnos paso en el campo de los “Cuban Studies” -la cubanología es campo fértil. Al mismo tiempo, la lectura somera del índice permite reconocer encuentros temáticos o temporales, coincidencias profesionales que sin la ayuda de este proyecto podríamos haber tardado mucho en descubrir.
Por ejemplo, mi texto sobre familias cuir en la ciencia ficción cubana tiene claros puntos de contacto con al menos otros tres capítulos del libro. Reynaldo Lastre discute otro aspecto del desarrollo de la ciencia ficción cubana, en su caso audiovisual, con “Del diluvio universal a las óperas espaciales. Raza, género y locura en dos cortos animados cubanos de los años 60”. Mientras que el asunto de las sexualidades disidentes también interesa a Karla P. Aguilar con su “Resistir en medio del espectáculo: complejidades de la disidencia sexual en tres producciones cubanas contemporáneas” y a Huber David Jaramillo Gil, que escribió sobre “Resistencia cuir y exceso barroco en Pájaros de la playa de Severo Sarduy”.
En última instancia, Isla diseminada es otro retrato de grupo cuyo valor principal es que sus integrantes miramos a Cuba con curiosidades y focos múltiples. En la nueva colección de miradas divergentes la isla se revuelve, se revela y lanza sus semillas de preguntas eternas sin respuestas certeras o breves. Como dice Odette Casamayor Cisneros en su prólogo “si algo rezuma inmediatamente de Isla diseminada es su lejanía de los proyectos esencialistas de la nación” (14). En Anatomía de una isla Reynaldo Lastre abrazaba la diversidad de enfoques producidos por personas nacidas en Cuba. En esta excelente secuela de la franquicia académica Isla, Reynaldo Lastre, Justo Planas, Jorge Alvis y Alex Werner reconocen que desde el comienzo les motivó “la idea de una geografía desdibujada” de la nación. De ese modo esta reunión de materiales dispares (re)configura un nuevo espacio de encuentro y conocimientos compartidos y me sumo a la afirmación de que “todas integran, en su diversidad, divergencia o abierto antagonismo, lo que hoy llamamos Cuba” (10).