Estoy escribiendo un texto lleno de crueldad y cinismo. Estoy, como quien dice, siendo conducto de monstruos que adquieren voz, gestos inquietos, recuerdos. Mientras desarrollo el argumento, repaso las concordancias, busco en el diccionario los adjetivos justos, me veo en mil espejos deformes de bajeza humana. Tres meses de estudio para tres días de tortura, de necesario vómito ficcional que por desgracia no es distopía, sino realismo. Yo Iramis Rosique, yo Humberto López, yo que me veo capaz de imaginar cada cosas…
A menudo, cuando estoy hasta el tope de especulaciones recuerdo este poema. Cuando lo leí por primera vez no tenía idea de quién era José Lezama Lima, pero se quedó conmigo. No se qué diga la crítica especializada, a mi «Ah, que tu escapes» siempre me ha parecido un poema sobre la exploración intelectual y sus peligros.
Tampoco importa mucho, es poesía… nos miramos en ella y algo dentro de nos rompe para dar paso a la luz interna que a menudo olvidamos poseer.
En fin, para vuestro disfrute y el mío: «Ah, que tú escapes» de José Lezama Lima, Enemigo rumor (1941)
Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no querías creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.
También pueden escucharlo en voz del autor: