En el principio fue la ignorancia, y de la ignorancia surgieron los mitos, las divinidades, la religión -ese opio de los pueblos-, y la derrota histórica del género femenino en la construcción de la sociedad de clases. Luego llegaron el conocimiento empírico, la ciencia, la dialéctica y la lucha de clases. El final será el comunismo. Así era mi universo, y cualquier coincidencia extraña entre Lenin y Fukuyama se debe a errores ajenos a la voluntad de quienes censuraron y manipularon la historia del mundo en el proceso de justificar su beneficio personal.
Yo vivía en el lugar más improbable de ese universo perfectamente ordenado: un país subdesarrollado del Caribe que construía el socialismo a las puertas del Imperio norteamericano. Yo ni siquiera vivía en el presente de ese universo que avanzaba hacia el comunismo, sino en el futuro, porque ya en Cuba habíamos llegado al socialismo mientras las hermanas naciones de América Latina sufrían la violencia, la corrupción y demás problemas estructurales del capitalismo mundial del siglo XX.
Yo viví en el futuro entre 1980 y 1990. Después de eso ya no sé, porque la realidad se fragmentó de tal manera que el comentario de Carpentier sobre tiempos simultáneos en América Latina se volvió un chiste de mal gusto, una cita cruel frente a una humanidad que sigue diciendo basta, pero no puede echar a andar, ocupada en la lucha contra el narcotráfico, la dependencia tecnológica, las epidemias y otros problemas estructurales del capitalismo mundial del siglo XXI.
Mientras vivía en el futuro me aficioné a leer sobre el futuro mismo.
La literatura con pretensiones de describir la realidad me agota- en sus fallidos intentos de descripción competente del universo que esos personajes y yo supuestamente compartimos. Siempre acababa decepcionada de las novelas: qué partida de imbéciles, o deprimida con el testimonio: qué dolor, qué insoportable dolor ver, sobrevivir, y forzarte a dar testimonio, aunque sabes que tu experiencia es inconmensurable. Digamos que, para mí, el lenguaje no está a plena capacidad en el realismo; y revela sus límites epistemológicos en el testimonio, al tiempo que desnuda lo peor de la humanidad.
También podría tratarse de un proceso intuitivo crítica y resistencia cultural: la “realidad” del realismo y del testimonio eran, de alguna manera, más pobres que la realidad que yo vivía. A ese mundo real de los libros le faltaban personajes, mitologías, recursos éticos, redes de solidaridad que yo, ciudadana afrodescendiente del Caribe hispano conocía y esperaba ver. Como no me podía reconocer en tales circunstancias y personajes, volví mi curiosidad hacia universos que no pretendían ser el mío, sino que imaginaban alternativas.
Esto es importante, “alternativas”. Ya en 1975 Tzvetan Todorov advertía que el discurso literario no puede ser cierto o falso, solo puede ser válido con relación a sus propias premisas (10). Si la literatura es un asunto de convenciones -de un Contrato Social que se renueva en cada volumen, te queremos Rousseau-, entonces el error que Roberto González Echevarría le señala a Carpentier en “Isla en su vuelo fugitiva” se repite, por lo menos, en cada proyecto de realismo latinoamericano: aspirar a que nuestra realidad sea descriptible dentro de los postulados ontológicos de la racionalidad “occidental” e incluso aspirar a un estatuto de veracidad comprobable (39).
Eso es imposible porque la realidad americana es otra, argumenta González Echevarría, y el empeño en explicarla como una peculiaridad mágica conduce a la doble meta-alienación de defender la existencia de algo singular, que se cataloga desde una mirada ajena -colonialista diría yo-, a través de su oposición a lo ya existente y legítimo: Europa. Para los aparatos categoriales del realismo mágico y lo real maravilloso no hay escape de la mirada colonial hegemónica, siempre en “ese doblez, esa atopía entre un aquí y un allá -viaje perpetuo, ruta en busca de una Antilla siempre elusiva” (39).
Explico un poco más el binomio de mi compatriota. Se puede entender el “aquí” como la realidad compleja del continente, un espacio que simplemente demanda nuevas herramientas descriptivas. Mientras que el “allá” refiere a la ontología europea positivista, que en América Latina siempre tiene una función colonialista. Por supuesto que la “atopía entre un aquí y un allá” no puede ser resuelta, pues implica una renuncia implícita a la capacidad latinoamericana de generar categorías descriptivas autóctonas para su realidad y el reconocimiento implícito de que la mirada “maravillada” de Europa es suficiente. Esto nos condena al exotismo.
Por eso dejé de leer realismo por placer: su incapacidad de describir desde dentro la realidad que yo reconozco. Mis aspiraciones de representación no pueden ser satisfechas.
Como vivía en el futuro me pareció lógico y razonable leer ciencia ficción. Después de todo, el escepticismo inherente a una cultura nacida del genocidio hizo que supiera, mucho antes de leer a Darko Suvin, que las anticipaciones futuristas revelan el horizonte ideológico de la obra antes que un modelo cognitivo para la acción social. Jamás se me ocurrió que la ciencia ficción fuera profecía, sino un estímulo al pensamiento independiente (28).
La ciencia ficción es un tipo de narración fantástica que te hace hesitar frente a la realidad junto a sus personajes y, al mismo tiempo, rechazar cualquier interpretación alegórica o poética de sus argumentos, como demanda Todorov (33). Es así porque la insistencia en lo posible revela su carácter de diagnóstico, advertencia, su llamada a la acción a través del mapeo de alternativas posibles (Suvin, 12).
Esto es importante, “alternativas” por segunda vez.
Las alternativas de la ciencia ficción son extrapolaciones extrañadas de la realidad. Se aspira a producir cuestionamientos de orden ontológico, o al menos metodológico, en nuestra comprensión del universo. Atención, extrañadas, ni maravillosas, ni exóticas, ni mágicas. Extrañadas implica también cognoscibles una vez que descubras sus reglas. Las realidades extrañadas implican una dilatación potencial del concepto mismo de lo real. Desde las “fuerzas extrañas” que se hacen comprensibles hasta la difuminación de los límites entre la vida y la muerte, la pregunta constante es “¿Qué efecto tendría esa diferencia?”
En el caso de América Latina, el presupuesto de la ciencia ficción como modo narrativo orientado a la exploración y conquista (Rieder), entronca con la necesidad constante de sus intelectuales por describir una realidad continental, así como sus traumas y ansiedades sobre el futuro, con fronteras convencionales de lo posible más amplias que las dictadas por la hegemonía realista occidental. Desde los primeros ejercicios de mudanza de la hegemonía científica y tecnológica hacia nuestras naciones -como en La corriente del golfo, El hombre artificial o La invención de Morel– hasta la ruptura radical con la ontología occidental -como son «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», Casta luna electrónica, Espiral, o Tercer Mundo– la capacidad especulativa inherente a la voluntad de establecer “un marco imaginativo distinto del ambiente empírico” convencional (Suvin, 8) permite que las ontologías y preguntas existenciales de nuestras culturas se incorporen al espacio “real” sin demasiado trámite.
No es que lo extraño desaparezca, sino que en este continente no nos asombramos fácilmente. La realidad de América Latina -esa que nos llevó a reinventar el género testimonio- es siempre singular y paradójica desde la perspectiva realista de “allá”. Por eso, creo, nuestra fantasía parece ciencia -con su cuidadoso orden de rituales y bestiarios- y nuestra ciencia ficción parece fantástico -con las voces del más allá que actúan en política. De cualquier modo, la linealidad del tiempo y la inocencia de la utopía se van por el caño.
No hay sociedades perfectas, sino represión.
No hay futuro civilizado de raza cósmica, sino mestizaje.
No hay naturaleza domesticada, sino colapso ecológico.
No hay utopías, sino mapas de acción.
Obras citadas o referidas
Bioy Casares, Adolfo. La invención de Morel. Editorial Losada, 1940.
Borges, Jorge Luis. Ficciones. Emecé Editores, 1947.
Cabiya, Pedro. Tercer Mundo. Zemí Books (Crown Octavo), 2019.
González Echevarría, Roberto. “Isla a su vuelo fugitiva: Carpentier y el realismo mágico” en Revista iberoamericana, 1974, Vol. XL, Núm. 86, Enero-Marzo, p.9-63.
Gorodischer, Angélica. Casta luna electrónica. Ediciones Andrómeda, 1977.
Planas, Juan Manuel. La corriente del golfo. Ediciones Obrador, 2017.
Quiroga, Horacio. El hombre artificial y otros cuentos. Kindle, Music Brokers, 2017.
Rieder, John. Colonialism and the Emergence of Science Fiction. Wesleyan UP, 2008.
Rojas, Agustín de. Espiral. Letras Cubanas, 2014.
Suvin, Darko. Metamorphoses of Science Fiction: On the Poetics and History of a Literary Genre. Yale UP, 1979.
Todorov, Tzvetan. The Fantastic: A Structural Approach to a Literary Genre. Cornell UP, 1975.