Me despedí de Ted y de la ciudad caminando por Broadway, hablando espanglish, comentando sobre la destrucción creativa, la arquitectura siempre mutante de estos barrios cinematrográficos y sorprendentes, de lo que haremos en nuestros blogs y nuestras investigaciones.
La pasé bien acá: la gente es amable y trepidante, idiomas, vestuarios y tradiciones culinarias se mezclan para obtener eso tan caro en Cuba: barroco.
Es violenta New York, se nota, pero también pujante y esencialmente optimista.
San Francisco es bella, pero el aire de Nueva York (gasolina + cocina árabe + carteles públicos en español y chino + timbres de bicicletas + tonos de celulares + homeless de mirada desafiante + drag queens + mujeres veladas + pregunta la dirección a cualquiera en la esquina + gritos en 1 001 lenguas del mundo + patrullas en cada esquina + reflejos de sol en rascacielos) me da placer.
Norge tenía razón en que me gustaría.
Es cierto que no fui a peregrinar, pero no lamento haber evitado los santuarios martianos aquí. He hecho mi propio camino, mi propia ruta sentimental y militante. Martí es un misterio que me acompaña, no necesito tocar muros o viejos manuscritos para tenerle cerca.
Hay algo íntimo y huidizo, esencialmente cubano, en estas calles abrazadas por el sol; iluminadas de noche por el neón que grita COMPRA. Tal vez sea que en Cuba también tenemos afinidad por la autofagia y el consumismo, elementos nacionales apenas contenidos por los años de crisis…
Me voy de New York, que, como Ítaca, me ha dado un buen viaje, y, como un hogar, me ha dado refugio y gente buena de la cual aprender.
Se que volveré.
de acuerdo!
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