Género, Cultura y Poder, Sesión 4: Machismo y marianismo
El texto extrapola a toda América Latina el mestizaje indígena hispano sin especificar las limitaciones de ese enfoque. Al no reconocer la diferencia de el Caribe y Brasil, Montecino asume una posición imperialista, de negación al otro gran proceso de cruce en América: el de África y la Península Ibérica en las tierras donde el legado indígena fue poco por el genocidio o la superioridad de los mecanismos culturales invasores. No reconocer el legado negro a la diversidad de nuestro continente es sancionar el discurso racista que negó a los descendientes de esclavos africanos la pertenencia a estas tierras.
Paradójicamente, al menos en Cuba el sincretismo religioso también se sirvió de la imagen de María como arma de resistencia cultural, modificando los atributos y poderes de sus transfiguraciones para vincularlas con dioses y diosas del panteón africano. En este caso la tradición africana de respeto y culto a la madre –lógica en sociedades de familia extensa y cuidado colectivo de la descendencia– se reforzó por el drama de violencia sexual y maternidad sola de las negras y mestizas a lo largo de cuatro siglos de colonia –muy similar al de las indias en Tierra Firme–que acabaría consagrando la familia matrilineal y su desencuentro con las estrusturas legales españolas –lo que a menudo se traducía en desamparo.
En Cuba, las tres imágenes más importantes de María son la Virgen de la Caridad del Cobre –una mulata con su niño Jesús, la Oshún del panteón yoruba–, Santa Bárbara Bendita –guerrera de cepa, identificada con el masculino Shangó– y Nuestra Señora de Regla –negra porque vino de África vía Cádiz, también madre, pero más que todo señora de los mares, en yoruba Yemayá. Aunque las historias de ellas tres no tienen que ver con épicos combates entre nobles indios y españoles sin ralea, ellas también cifran las imágenes de la feminidad mestiza y d esta identidad latinoamericana a la cual Montecino –quiero pensar que por descuido– vuelve a negar su sangre negra.
A propósito de:
Montecino, Sonia, 1991, Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno, Cuarto Propio-CEDEM, Santiago, de Chile, pp. 36-95.
Estimada, no es que Montesinos quisiera negar su sangre negra, es que en Chile la sangre negra llegó, pero no se mezcló de la forma en que se mezcló en centroamérica. En Chile hay representantes de la sangre negra, pero, debido al mestizaje norteño, se dió más. Más aún, el grupo de los negros «zambos» si eran una realidad en la Colonia, pero, no eran parte fuerte (un 10% de la población) como se vé fuertemente en otros países de Latinoamérica. Lo que sí se observa es el morbo del mestizaje con el negro, prohibido y a la vez lleno de violencia, agresividad… En todo caso, se cuenta de la llegada de los Españoles a Chile, que traían esclavos negros, que murieron, dice el relato popular, debido a las bajas temperaturas y a enfermedades desconocidas para su sangre.
Cfr: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-04622005000100007&script=sci_arttext
Cariños desde Chile.
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