Un amigo me llamó por teléfono, a toda prisa ha sacado su ejemplar de Las venas abiertas de América Latina porque dice TeleSur que Eduardo Galeano ha muerto.
Luego llegan las noticias de BBC Mundo: también Günter Grass, pero ¿qué le pasa al mundo hoy?
Cómo perdemos tiempo al dar las cosas por sentadas. No se me había ocurrido que ninguno de los dos, cronistas insustituibles de sus tierras chicas y de la historia sentimental del siglo XX, se pudieran ir así de rápido.
Un avión que cae, un atentado, esas son las muertes que me imaginaba: una prueba de que la violencia está justo al lado siempre. Pero no esto. No ver el poder de la naturaleza y el agotamiento de la ciencia, no el final común -heróico en su silencio de miles de llantos- de la enfermedad. Finales románticos quería yo para hombres que no escribieron romances. Idiota, la muerte no existe para dar gusto a tus fantasías, sino para dar dolor y mantener el equilibrio demográfico, a veces es herramienta de la justicia.
Me lo tengo merecido, por sentimental.
Un hombre que escribía libros de historia como libros de cuentos y otro que escribía cuentos como libros de historia se han marchado. Ellos están a salvo, han escapado de sus fans y sus detractores, de la obligación de ser siempre geniales y ejemplares. A mi, a un montón de gente alrededor del mundo que les leyó en pila de idiomas, se nos va entre los dedos la fantasía de decirles personalmente qué cambio dentro tras leerles.
Me parece que me han robado el mes de abril…