En su intervención, Fernando Martínez Heredia se refirió al desarrollo paulatino de nuevas opciones para publicar ciencias sociales. Se refirió en específico a las publicaciones digitales, que acaso puedan resolver problemas bibliográficos que parecían insolubles para la nueva generación, entrenada en la lectura mediante artefactos digitales. Mencionó, como ejemplo, la iniciativa “La noche de los 1001 textos”, del Centro Cultural Criterios. Es posible que se disponga entonces de más información de la que una persona manejar, pero no cree que eso puede ser positivo.
Más adelante reflexionó sobre la importancia de un trabajo editorial serio para cualquier centro de investigación. Reconoció el trabajo de Pablo Pacheco al frente del equipo editorial del Centro Marinello desde 1996. Considera que la titánica labor de este hombre uno de los elementos claves para la transformación del Marinello en una institución fuerte y respetable, con un catálogo de ciento treinta y seis títulos hasta 2013, muchos de ellos coediciones con instituciones de Cuba y el extranjero.
Terminó con una llamada de alerta: como de costumbre, en Cuba tenemos hoy más ideales que recursos, pero las capacidades creativas y cultura de la ciudadanía se han multiplicado. Estas capacidades deben ser liberadas, puestas a funcionar. Ante la perspectiva de los cambios sociales que se avecinan, opina que la cultura tiene una coyuntura actual más positiva que la del resto de la sociedad, lo cual implica, por supuesto, mayor responsabilidad social.
La ponencia de Rafael Hernández se tituló “El hombre que amaba las novelas históricas”, y la dedicó también a Pablo Pacheco. A partir de la famosa frase de Engels sobre su comprensión de la sociedad francesa a través de las novelas de Balzac, Hernández reflexionó sobre la relación entre ciencias sociales y novela histórica, y como la segunda lleva a muchas personas el conocimiento de hechos históricos significativos, cuando no pueden avanzar a través de los textos especializados, o no están disponibles.
En el caso de Cuba, el ejemplo más reciente de este fenómeno es el éxito de la novela El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Muchas personas acá supieran de Stalin, Trotski o la guerra civil española por esa novela. En su opinión, es bueno que lean de ello en la ficción, pero es lástima que Cuba no halla saldado su deuda editorial, historiográfica, con la Revolución Rusa, el Partido Bolchevique y el destino del socialismo del siglo XX. Es que no se han publicado libros de historia sobre ese periodo, testimonios de los protagonistas de la Revolución de Octubre, las abundantes memorias de presidentes, asesores del comité central, jefes de la KGB y altos mandos militares, muchísimos títulos del tema que circulan en ruso o inglés, pero aún no están en español.
Para superar el resto del costo, Hernández propuso –en la misma línea de Martínez Heredia antes- compilar estos materiales en formato digital, con un prólogo que pusiera en contexto la información contenida. Estas compilaciones podrían estar al alcance de los bolsillos de quienes van en busca de novedades a las librerías del Ministerio de Comercio Interior.
Luego reflexionó sobre la estructura del sistema editorial cubano: la publicación de literatura de ficción y lírica es abrumadora, pero pocos sellos o colecciones se dedican a las ciencias sociales. Además, las barreras que debe superar cualquier científico para publicar sobre los problemas nacionales (violencia, migración, corrupción) son mucho mayores que las de cualquier narrador o guionista. Eso es bueno para quienes crean, pero no lo es para las ciencias sociales.
Sin embargo, Hernández alertó contra la tentación de explicar todos los problemas de política cultural o social de Cuba a través de la matriz estalinista llegada desde la URSS. Muchos de los problemas que empeñaron la historia de Cuba en la década de 1970 ya estaban en marcha en 1960. Ahora, la política editorial sigue estancada, aunque el control soviético hace mucho desapareció.
Para ejemplificar su tesis sobre la persistencia de las malas praxis editoriales, Rafael Hernández se refirió al perfil de las publicaciones del sello Ciencias Sociales en los periodos 1967-71, 1972-76 y 2009-13. Insistió en la diversidad de las ciencias, las posiciones ideológicas y los temas salidos de esta casa editorial en la segunda mitad de los sesenta. Luego lo contrastó con el hecho de que entre 1972 y 1976, de 230 títulos, 35% era de historia, solo catorce de sociología y cinco de antropología, se publicó muchísima filosofía, desde Aristóteles hasta Kant, pero solo a diez autores contemporáneos de “Occidente”, o sea, de fuera del Campo Socialista.
Hoy, cuando las instituciones de investigación son muchas más, en cantidad y diversidad, que en la primera década de la Revolución, el sello Ciencias Sociales mantiene este perfil: de 2009 a 2013 publicó 185 títulos: 44% de historia, 17% de autores extranjeros.
¿Qué efecto tiene esto? La falta de circulación de conocimiento afecta el desarrollo de la cultura socialista cubana. Los cambios que afectan la cultura, la política, si no son abordados y resueltos, serán ocupados por otros discursos ideológicos. Pluralismo, derechos humanos, democracia, sociedad civil, deben ser discutidos para tener recursos ante la globalización más que los meramente defensivos, afirmó.
La ponencia de Rodolfo Zamora reflexionó sobre el papel del editor como creador e intelectual responsable. Fue más un ejercicio de introspección y provocación, a diferencia de los recuentos fácticos de las dos ponencias anteriores.
Entre las preguntas que Zamora lanzó para la reflexión estaban: ¿Podrá ser el editor un generador de discurso? ¿Hasta qué punto el editor es responsable de lo que ofrece? La próxima conversión de las editoriales en empresas ¿qué hará a la ética del gremio y las relaciones de poder entre editores y jefes de redacción?
En el debate que siguió, Esteban Llorach y José Traviesas solicitaron la publicación y circulación de los textos en los centros de educación superior, para promover el debate sobre las políticas editoriales entre la juventud.
Neyda Izquierdo, por su parte, llamó la atención sobre la calificación de un editor para escribir prólogos y reseñas, elementos del proceso editorial y la promoción muy importantes.
Lourdes Arencibia, recordó el condicionamiento ideológico de la política editorial cubana desde 1959, y formuló una pregunta a los ponentes. ¿Hay hoy diálogo entre el gobierno y los investigadores de ciencias sociales?
Rafael Hernández opinó que este es el mejor momento de la historia revolucionaria en el diálogo entre las ciencias sociales y la dirección del país. Hay voluntad en consultar sobre numerosos temas para sustentar las decisiones legislativas en los procesos sociales.
Pero esto debe ser aprovechado. Hay quienes dicen que no se puede escribir la historia de la Revolución mientras sus protagonistas estén vivos, pero eso significa que se van a morir llevando consigo el conocimiento. No tener una Historia de la Revolución real, significa que otras historias y mitologías –no siempre bien intencionadas–, ocuparán su lugar.
Fernando Martínez Heredia recordó que todo esto puede ser reducido a la pugna entre la cultura del socialismo y la del capitalismo. Antes, comentó, era un asunto sordo, soterrado, ahora es claro: tratan de convencernos de que el capitalismo es la única opción. Solo la información y la liberación de las capacidades creativas de cubanos y cubanas impedirá eso.
Rolando Rodríguez apuesta por el futuro, él ha escrito la historia de la primera mitad del siglo xx cubano, y sabe que ya no vivirá para escribir la de su segunda parte. Formó alumnos que seguirán esa tarea: a la juventud corresponde escribir la Historia de la Revolución Cubana.
Eso está muy bien, pero la pregunta persiste ¿habrá alguna editorial dispuesta a publicarla?
Tomado de Web Feria Internacional del Libro