Desde New York 2: Sábado de teatro

El sábado pasado fue muy bueno, es la primera vez que trasnocho en USA.

Pues me fui para Brooklyn a ver a Papel Machete, que se presentaba en el 10mo Festival Internacional de Teatro de Muñecos, en el «Almacén de Ana». Ni idea de dónde estaba eso, pero partí con las instrucciones de Google Maps en un bolsillo. No llevé cámara porque pensé que el peso podría ser incómodo y eso fue sabio -al final.

Al llegar a la estación, cogí el tren A, como indicaba la base de datos de Google, pero era un expreso, o sea, que paraba cada 5 o 6 paradas normales. Me empecé a acomplejar con la idea de que la mía no fuera una parada importante y se la saltaran. Así que me bajé en 42, a esperar y mirar con cuidado, a ver si lograba descubrir la diferencia entre los A expresos y los A normales.

Estuve esperando como 15 min, que en NYC es mucho tiempo, y pasaron todas las letras, además de varios números, porque 42 es como 41 y 42 en Playa, se cruzan rutas para todos los lados. Así que me monté en el siguiente A que pasó. Nunca sabré si era un A regular o si es que el estilo expreso termina en 42, pero este tren paró en todas las estaciones que siguieron.

Después de dar un poco de vueltas (las instrucciones de Google Maps decían que subir una escalera, pero eso llevaba de vuelta a uno de los puentes que unen las islas de la ciudad, pero aparte de la linda vista, regresar a Manhattan a pie no estaba en mis planes) di con el teatro, y hasta con parte de la compañía. 

Uno de los integrantes es músico, y como andaba guitarra en ristre y obligado a calentar, tocó para mi pedazos de canciones de Silvio y Jarabe de Palo. Parecíamos un par de artistas ambulantes. ¡Anuncio de lo que sería la jornada!

La representación estuvo OK, solo que por 20 usd yo esperaba una sala con aire acondicionado, la verdad. Hubo 4 piezas cortas: «The Storming of the Winter Palace» -ocurría en 1917, pero creo que le falto espectacularidad- «Eisler on the Go» -no entendí mucho, porque esta narrada por una soprano, pero va de la vida de un músico de 1920 con mucha conciencia social- «We’ll Fight with You» -la de Papel Machete sobre cómo los vecinos resisten los desalojos en Boston- y «Elephant»-sobre los cambios en Shangai y la memoria colectiva. En los entreactos un titiritero minimalista, con piezas manipuladas con fósforos, hizo un repaso de la obra de Edgar Alan Poe. Me acordé tanto de Rogelio viendo «Poe-Dunk: A Matchbox Entertainment».

Aclaro que yo estaba en el final de la sala, pero pude ver todo con detalle porque una cámara seguía las distintas puestas y las proyectaba en una pantalla por encima del escenario central. Muy buena tecnología, que hace de puestas minimalistas como la de Poe, un evento posible para un salón de más de 100 personas.

Así estábamos en el siento trasero, ¡y dos más junto al chofer!

Bueno, salimos de ahí a comer, porque los artistas estaban famélicos y todo eso. Nos apretujamos 9 en el carro del director, más la escenografía y los títeres. Aquello parecía un polky con una familia en camino para los finales del mundial de pelota en el Latinoamericano (si tal cosa fuera posible). Y en la cafetería se sumaron el mejor amigo del director, su novia y tres colegas ciclistas. Estuvimos charlando lindo. Les hablé del Taller Internacional de Títeres de Matanzas, del cual tengo muy buenos recuerdos, con mi amigo Rubén Darío Salazar Taquechel. Frances dijo que si Papel Machete anunciaba que iba a Cuba, se enganchaba hasta para cargar los títeres y lavar las sábanas, la pobre está desesperada por regresar (estuvo acá en marzo, para una investigación sobre la autoimagen de las afrodescendientes cubanas), pero no tiene dinero propio, y una beca para artes escénicas es algo plausible.

De ahí decidimos irnos (cuando cerraron el local) para un barcito boricua, volvimos a apretujarnos en el carro, ahora con 2 más. La solución fue meter a Frances y David entre los títeres y una cabeza de papier maché de metro y pico de altura. ¡Tremendo el asunto!

El barcito es tan, pero tan, pero tan alternativo, que no aceptan tarjetas de crédito. Todo en efectivo.

Nos pusimos a discutir sobre si la salsa puertorriqueña es mejor o no que la cubana, ¡con salsa dominicana de fondo musical! Al final concluimos que van por caminos diferentes la música de PR y la de Cuba, aunque el origen es nuestro y las eternas bendiciones se derramarán por siempre de todo el Caribe a Cuba por el Son y la parentela.

Firmamos la paz al bailar «Pedro Navaja«. ¡Viva Panamá!

Llega otro compañero, en taxi, y dice que sabe que cerca hay una «fiesta de desahucio» ¿Qué es eso? pregunto: Nada, que al amanecer van a vaciar el edificio para derrumbarlo o algo así, esta noche los vecinos se despiden de sus casas. ¡Oh! Todo el mundo se emociona, ¡vamos para allá! El problema es que ya no hay modo de moverse en el carro y no hay presupuesto para taxis.

¡Google Maps viene en nuestra ayuda! ¿A qué distancia es? 25 minutos caminando. Les animo: «Vamos, vamos, dejen el aburguesamiento, que 25 min de mover los pies no son nada».

Nos movemos a través de Williamsburg, de  la zona más latina a la recientemente enriquecida (por eso desalojan a esta gente, van a renovar el edificio). Por el camino vemos basura tirada en la calle, paredes desconchadas, gente dormida en el piso.

Cruzamos entre 4 fulanos con brazos tatuados y miradas torvas que cogían el fresco en la calle. ¿Perdón? Los pandilleros no toman fresco, ¡hemos pasado por delante de un «Punto»!, comentamos dos cuadras después, ya seguros de que no pueden oírnos y ofenderse. Francés no entiende: ¿ellos eran de un culto? No, que eso era un «Punto». Sigue sin entender: no parecían gays. No era un «Punto de encuentro», sino un «Punto de venta de…» Frances se pone más pálida de lo habitual «¿de verdad?» Vamos a seguir, anda, y no te separes del grupo.

La cosa en el edificio fue una decepción: una peste a gente que no usa desodorante (dicen acá que es tóxico y que el olor de la gente es valioso y no se qué más) con hierbitas no muy legales. Finalmente hallamos respiro (literal) en el techo, pero ya era tarde (más bien temprano), los vecinos querían que bajara el ruido y como este es un país muy «educado» la anfitriona pidió que nos fuéramos todxs al sótano. Me negué, porque entre los perfumes varios y unos adolescentes borrachos que creían divertido tirar botellas de cristal al aire el ambiente no era de mi gusto. Nos quedamos charlando de política en la acera, los compañeros bebían unas cervezas y… llegó la policía.

En USA está prohibido beber alcohol en la calle, así que había razón para preocuparse. Ahí el único yuma del grupo, que había estado como alienado toda la noche, pues no habla español, tomó control de la situación:

«Calma todo el mundo, dejen las botellas suavemente en el suelo, levántense, y ahora caminamos despacio hacia allá que es donde está el carro» -por si hay que irse, supuse.

Por suerte estábamos en la parte «fina» de Williamsbrg, así que los polis empezaron haciendo preguntas, de persona en persona y entraron al edificio con gran educación. Desde 50 metros de protección, comentaban los boricuas que, si pasa en Harlem o en el otro lado del barrio (donde el bar en efectivo y  «Punto») entran a puro golpe y grito, pero claro… acá hay gente que paga abogadxs.

Al salir, los polis se toparon de cara con un par de rubias empinando whisky, las muy come-basuras, y  pudieron llenar sus planillas para ganarse el pan, que todo el mundo tiene derecho.

Ya eran las 3 30 am y decidimos terminar el paseo. 6 nos fuimos a buscar el metro, el resto a ser repartidxs en el carro del director. Tomamos los trenes L y 2 sin novedad, luego yo me monté en una guagua 60, que me deja a 2 cuadras, pero no me iba a quedar en medio de Harlem esperando una 15 que nadie sabía cuándo iba a pasar ¿verdad?

¡Y se acabó el sábado de teatro!

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