Memorias de la Feria 2012: A propósito de una pantalla donde se lee a Tolstoi con erratas

tags: Feria Internacional del Libro de Cuba 2012, Encuentro de Editores y Traductores Literarios, Víctor Malagón, Ambrosio Fornet Frutos, Bernardo Jaramillo Hoyos, Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, CERLALC, Aida Bahr
 
Publicado en la web de la Feria el 15 de febrero
 
El Encuentro de Editores y Traductores Literarios es el foro profesional que mayor cantidad de participantes convoca en cada Feria Internacional del Libro de Cuba. Es fácil de comprender, pues los temas que se tratan involucran siempre las inquietudes de un significativo sector del gremio editorial cubano. Este miércoles 15 de febrero comenzó el encuentro en su sede habitual, la sala Nicolás Guillén de La Cabaña.

El panel inaugural fue moderado por Víctor Malagón, Premio Nacional de Edición 2008, los ponentes eran Ambrosio Fornet Frutos, Premio Nacional de Edición 2000 y de Literatura 2009, una de las personalidades a quien está dedicada la Feria, y Bernardo Jaramillo Hoyos, representante del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC). Las exposiciones y posterior debate giraron alrededor de la evolución del papel del editor frente a los retos tecnológicos y económicos más recientes y el destino del libro.

 
La intervención de  Ambrosio Fornet Frutos fue una reflexión con saltos temporales a propósito de los cambios en la industria del libro y los modos de lectura desde principios del siglo XX hasta este incierto inicio del XXI.

Recordó el conocido investigador que, al terminar la dominación colonial en 1902, surgió rápidamente la idea de establecer una Imprenta Nacional, la que haría los libros de textos escolares de la flamante república y, más adelante, libros de autores nacionales. Sin embargo, los intereses económicos se movilizaron enseguida para impedir este paso democratizador. Las librerías «La Moderna Poesía» y «Cervantes»  -que también imprimían libros- emitieron un informe que demostraba la inviabilidad económica de esa idea, así como el «evidente» beneficio para Cuba de encargar tales libros a empresas privadas.

La narración de Fornet siguió adelante en el tiempo, explicando cómo los libreros-impresores de principios del siglo XX fueron sustituidos por vendedores de libros, sin interés alguno en la gestión editorial o la ampliación del sector poblacional capaz de leer o comprar libros. De hecho aplicaron el ejemplo de otros campos y crearon un monopolio: Cultural SA, que se dedicaba a explotar el mercado cautivo de estudiantes y profesionales -como abogados o médicos- siempre en busca de las últimas actualizaciones en su campo. Sin embargo, esa empresa tuvo la bondad de contratar como viajantes a escritores e intelectuales –eran las mejores personas para exponer las bondades de estos productos– que viajaban por el Gran Caribe y así estrechaban lazos, conocían mundo. Lo paradójico es que, tras el triunfo de la Revolución, pocos reivindicaron su empleo en Cultural SA u otras imprentas como gestión cultural, promoción del libro o labor editorial.

La última parte de la intervención se refirió a los cambios que el universo digital ha generado en los hábitos de lectura. Confesó sentirse asombrado ante la disposición de algunos jóvenes a leerse La guerra y la paz en la pantalla de una computadora. Tal actitud es impensable para él, ya que se autodefine como un hombre que pertenece totalmente a la Galaxia Gutemberg, la experiencia de la lectura implica por tanto un ambiente que solo puede alcanzarse  con cierto aislamiento y la intimidad que provee la caricia de las páginas. Es cierto que las estadísticas indican que el libro en papel sigue siendo preponderante, pero ¿cuál es el formato que prefieren los jóvenes? El hecho de que hoy se lea todo tipo de textos mediante el intercambio de archivos de texto significa que no conocemos –las personas de la industria del libro– qué leen en realidad esas personas, pero también que la importancia de la lectura no decaerá por un tiempo, concluyó.

La exposición de Bernardo Jaramillo Hoyos estuvo orientada a la presentación somera del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), para el cual trabaja como Subdirector de Producción y Circulación del Libro, y de los retos que enfrenta Latinoamérica respecto a la promoción de la lectura.

 
El CERLALC es un organismo intergubernamental, que nació en 1971 bajo los auspicios de la UNESCO. Desde su sede en Bogotá (Colombia) trabaja en la creación de condiciones para el desarrollo de sociedades lectoras. En la actualidad son miembros del CERLALC todos los países iberoamericanos y del Caribe, Portugal fue el último en adherirse en el año 2005. Con el objetivo de promover la lectura, CERLALC orienta sus acciones hacia el fomento de la producción y circulación del libro; la promoción de la lectura y la escritura, y el estímulo y protección de la creación intelectual. Para ello da asistencia técnica en la formulación de políticas públicas, genera conocimiento, divulga información especializada, desarrolla e impulsa procesos de formación y promueve espacios de concertación y cooperación y trabaja en el fortalecimiento de los mecanismos para garantizar el respeto al derecho de autor.

Por todo esto, los interlocutores naturales de este organismo son los ministerios de cultura y educación, así como los responsables de las políticas culturales de los países miembros; también los gremios, organizaciones profesionales, instituciones y organizaciones de la sociedad civil que actúen en cualquiera de los ámbitos relativos a su misión.
   
Tras la cuidada introducción, Jaramillo presentó lo que el define como retos actuales de CERLALC, que considero competen también a quienes promovemos la lectura en toda América Latina:

Reto 1: Promover la investigación y el análisis sobre la relación de los infantes –en especial los nativos digitales– con la lectura. Se trata de saber por qué caminos se acercan al libro y así poder acompañarles.

Reto 2: Reducción de la brecha de acceso al libro de papel. Mientras el precio mínimo de un volumen en América Latina oscile entre los 15 y 20 dólares no estará al alcance de las mayorías, solo en Cuba el libro es objeto de consumo masivo.

Reto 3: La entrada en el continente de Amazon y otras librerías transnacionales implica la entrada masiva de un catálogo de textos españoles y traducciones del resto del mundo. Eso es bueno, pero los libros latinoamericanos perderán visibilidad. La respuesta a esto es ayudar al desarrollo de plataformas autóctonas y la potenciación de las librerías capaces de imprimir bajo demanda, lo que abaratará los libros, que son pesados de mover.

Reto 4: La promoción de nuestros textos en otras tierras mediante la traducción a otras lenguas y las coediciones.

El debate que siguió fue muy revelador.

Nancy Maestigue Prieto, editora de la Editorial Arte y Literatura, expresó su preocupación porque el precio del libro digital reproduzca la brecha cultural con la cual luchamos. Ante lo cual Bernardo Jaramillo Hoyos insistió que es imperativo trabajar de modo simultáneo en cerrar la brecha de la lectura y abaratar los libros digitales, pues su facilidad de movimiento les hacen excelentes para el uso masivo en bibliotecas y otros espacios públicos.

Una editora de Nuevo Milenio preguntó cuál es la posición del CERLALC respecto a las polémicas sobre el Derecho de Autor en Internet. El representante se pronunció por el ajuste de la legislación y defensa de los autores, ya que los únicos que se benefician con la descarga de libros gratuitos son los propietarios de servidores, porque ven aumentar sus ganancias.

Aida Bahr, Vicepresidenta del Instituto Cubano del Libro, reflexionó sobre lo importante de no olvidar las diferencias entre Cuba y el resto del continente. En nuestro país los libros y librerías abundan, pero Granada tiene una solo una librería en el país. Tras exponer los resultados fallidos de varias iniciativas regionales para coedición de libros, la narradora y editora expresó su esperanza de que los nuevos organismos regionales como ALBA y CELAP, dinamicen estos esfuerzos para la integración editorial y la circulación de nuestros libros por el continente. Sin embargo, ella considera que las iniciativas estatales suelen ser lentas, mientras que las iniciativas personales son más dinámicas.

En todo caso, es hora de que la Feria del Libro de Cuba se proyecte internacionalmente –afirmó–, porque somos de los pocos que defendemos al libro no como negocio, sino como objeto de uso común, como derecho. Debemos exportar esa idea.

Fernando Car, maestro de editores, aportó un detalle a la narración histórica de Ambrosio Fornet sobre la evolución de libreros a editores: Según un viejo impresor que conoció en la década del sesenta, antes del 1959 en Cuba no existían los editores, solo los cajistas y los correctores.

La última intervención fue de Alfredo Cabrera, investigador del IDICT, quien recordó que la primera vez que oyó supo de las especulaciones sobre la muerte del libro por el soporte digital fue en un Correo de la UNESCO de la década del setenta. Admitió que la tecnología avanza, pero el libro digital ni siquiera está cerca con sus tabletas de alcanzar la generalización y aceptación del libro de papel. Eso es para él un consuelo.

Mientras se preparaba la segunda mesa del encuentro, dedicada a «La relación entre el editor y el traductor», me pregunté si en verdad es un consuelo que poco o nada sepamos de qué contienen esos libros digitales que pasan de un puerto USB a otro y hacen la educación sentimental de nuestros hijos. ¿Es tan difícil ir hasta la biblioteca por un ejemplar de La guerra y la paz?

¿Cree usted que durante alguno de los paneles, conferencias y presentaciones de libros que están programados hasta el sábado 18 de febrero encontremos la respuesta?

 

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