El regreso de la Libélula

Tags: Relatos de viaje, migración, Centro Onelio Jorge Cardoso, Cubaliteraria, amigos
 
Empecé a trabajar en Cubaliteraria antes de que tumbaran las Torres Gemelas -o sea, antes de que Osama fuera un nombre «popular», cuando Afganistán estaba solo en el mapa de las feministas, antes de que la Feria del Libro se extendiera hasta el oriente de la Isla, en un tiempo en que los discos de tres pulgadas y media eran moneda común.
 
Antes de 2001, solo la revista La Jiribilla y el portal Cubaliteraria «defendían» la literatura cubana hecha en Cuba en la red. Como era un pasaje a lo desconocido cada día, no había criterios para acotar nuestra ruta de navegación más allá de las webs porno y de grupos terroristas anticubanos. Sacamos el máximo de la libertad que se nos daban y el equipo era genial.
 
Éramos lo mejor del mundo, casi un  Bloggers Cuba institucional. La meca de los libros digitales descargados. Los mejores fiesteros. La editorial que se iba de acampada. El equipo capaz de hacer huelga. El aeropuerto. Si, el aeropuerto y no la salida, porque en esa época de  nuestra singularidad consistía en tener miembros que «se iban» y «regresaban» sin perder el vínculo con la editorial. ¡Un escándalo!
 
Allí, mientras hacía hipertexto con el fondo musical de Moulin Rouge, conocí a Yordan, la Libélula Rubia. Pocas personas conozco capaces de ser tan inocentes, tan esencialmente poéticas como Yordan. Ambos matriculamos en el Curso 2002-2003 del Centro de formación Literaria «Onelio Jorge Cardoso», embullados por Osmany, Boris, Yen, Laily y Ray graduados de cursos anteriores que integraban Cubaliteraria, y tuvimos largas conversaciones sobre la literatura, el amor y todo lo demás mientras desandábamos El Malecón en las tardes de sábado.
 
Un día, Yordan se fue. Cruzó el mar, con ese novio extraño que nunca pensamos le amaría tanto, y se unió a una comunidad pagana en Valencia. Desde allá siguió dando señales de parecido con Remedios la Bella, hasta intentó ascender… pero su novio lo atrapó por una pata y lo ingresó en el hospital, y se quedó a su lado, y le besó los labios y las cicatrices.
 
Otro día Yordan caminó fuera de la habitación blanca donde lo tenían y rogó al Mediterráneo que le devolviera la paz. Le pidió a la Madre Tierra que guiara sus pasos a un puerto seguro -¿qué otra cosa pide un isleño, sino un puerto?- y ella contestó: le golpeó la cara la página de un manual de español, que supuso venía de la escuela aledaña. Marcado en rojo estaba la explicación  de la clase «palíndromo, del griego palin dromein, que significa volver a ir hacia atrás». En la esquina, una libélula estaba detenida sobre la frase «Dábale arroz a la zorra el abad».
 
Este jueves Yordan regresó al Centro Onelio y conoció a mi hijo. Temblé de pasión por él, de pensar que pude haberlo perdido de no ser por su novio, de no ser porque el Mediterráneo es también mar -dominio de Yemayá. Sigue siendo bello, rubio y joven, aunque las sogas que le impiden acender marcan sus ojos, la poesía sigue viva ahí dentro. Volverá a volar sin perder el rumbo, ahora que está ahora en la Isla donde los espejos, los charcos, los gorriones, quienes leen a Virginia Wolf, a Alfonsina Storni y a Raúl Hernández Novás le protegemos.
 
Después de cinco años, Yordan ha regresado a Cuba para vivir, para siempre. Si no existieran su blog y su novio -que ya pronto regresa-, él negaría enfáticamente haber puesto jamás un pie fuera del territorio nacional. Pero no fue así, ¿o si lo fue? Ya no lo voy a pensar.
 

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