Feria del Libro 2011: Tres hechizos de Lezama

La lluvia amenazaba y me dije: «Mejor estar a cubierto en la Comandancia del Che, que aguantar esta llovizna pegajosa cerca de las carpas». Dejé la cola de los libros para niños y a las 4:40 p.m. subía las escaleras de la sala José Antonio Portuondo. ¡Sorpresa!, apenas pude acomodarme junto a El Gordo en el último asiento libre, que él protegía con su imponente humanidad de un cuarentón de cabello rojo y labios crispados.

«¿No le dije que mi amiga ya venía?» —espetó El Gordo. El otro me miró con odio y lo ignoré, disfrutando el calorcito del cuerpo de mi amigo, seco y oloroso a jamón serrano.

«Teté estará feliz» —comenté al darme cuenta de que no solo los asientos estaban ocupados, sino que bastante gente joven se apretujaba en los pasillos de la sala.

«Estudiantes de Letras», explicó El Gordo, «se mueren por comprar los libros del Maestro».

Se me olvidó decir que El Gordo nunca llama a Lezama Lima por su nombre. Él siempre dice maestro con una entonación especial y tú sabes que no habla de su maestro de química orgánica, sino de José Lezama Lima, el de la calle Trocadero, el de Orígenes y el curso Délfico, el poeta, cuya silueta intenta imitar, con éxito absoluto.

El caso es que la sala estaba llena, a pesar del norte, que hace de La Cabaña una sucursal de Londres.

A la hora prevista, las 5:00 p.m., Teté se sentó en la mesa a presentar los tres nuevos volúmenes de la Colección Obras Completas de José Lezama Lima. Pensé que se veía pequeña detrás de una mesa tan grande, pero su cara de satisfacción la puso bonita–bonita. Teté en realidad se llama Teresa Blanco, y es una editora muy famosa —hasta donde puede ser famoso alguien que hace libros, no los firma—, pero para mí es Teté, la mujer bajita de manos blandas que me explicaba Cecilia Valdés como una telenovela de tarros, y la Iliada como una película del sábado.

El caso es que Teresa Blanco, jefa de redacción de la Editorial Letras Cubanas, expuso  los cómo y los por qué de esos tres libros de ensayo que la acompañaban en la mesa: Analecta del reloj, La expresión americana y La cantidad hechizada. Primero evocó a José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Dulce María Loynaz, como autores de fuerte personalidad que siempre están presentes en sus presentaciones. Luego hizo una breve historia de los libros específicos que atrajeran a adolescentes emos y cuarentones gruñones por igual.

Analecta del reloj tuvo su edición príncipe en 1953, y esta es la segunda edición. La selección fue realizada por el mismo Lezama con textos antes publicados en revistas o dictados como conferencias. La expresión americana reúne cinco conferencias dictadas en 1958. Cada reflexión busca definir al hombre americano a través de un ejercicio de antropofagia cultural que mixtura y fagocita —aquí Teresa estaba impostando el estilo verbal de Lezama— todo lo recibido desde Europa en la elaboración de una entidad autóctona. La cantidad hechizada se publicó en 1960 y es el único de estos libros que tuvo edición externa: Reynaldo González fue el responsable. Estos tres libros se suman a Tratados en La Habana (1958), y completan la labor de Letras Cubanas en la publicación cuidada y paulatina de toda la obra de ensayo de El Maestro.

Teresa Blanco —me parece que ahora debo llamarla por nombre y apellido– señaló que la lectura continua de estos cuatro títulos permite a la persona interesada reconocer la continuidad del estilo ensayístico de Lezama, cuya riqueza de imágenes se alterna con los neologismos y la ficcionalización de personajes para exponer sus ideas y tesis con argumentos y ejemplos de las más diversas fuentes. Estilo que da fe de su vocación universal y amplia cultura. Al mismo tiempo, eso enriquece la labor editorial. Pareciera que Lezama les susurra hasta a sus editores: «Solo lo difícil es interesante».

«¿Qué quiere decir?», preguntó sobre lo bajo al Gordo.

«Niña, que las ediciones príncipe estaban en candela, fue trabajo de reconstrucción. ¡Ese equipo ha pasado un trabajo…!»

«¿Cómo es eso?».

«Que Lezama era muy descuidado con sus ediciones. No se puede ser juez y parte, tú sabes, ¿no?; pero en esa época Orígenes no tenía dinero para pruebas de imprenta ni correctores. Esos libros salieron porque salieron».

«Y ahora los editores se volvieron locos».

El Gordo asintió y yo miré con nueva admiración a Teresa y su equipo. Ella terminó de hablar y le respondieron los aplausos, pero también eran evidentes los rostros ansiosos del grupito de emos del fondo. Con sonrisa cómplice, Teresa informó que ya se está trabajando la poesía, lo que da esperanzas de que en la Feria 2012 se presenten nuevos volúmenes de esa colección.

Salimos a pelearnos por los ejemplares, que alcanzaron, aunque el cuarentón se llevó como veinte.

La lluvia caía mansa sobre nuestras cabezas… la Feria del Libro es parte de la fiesta innombrable.

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