Un hombre bueno y decente que escribe sobre lo inestable del deseo y la mirada

El pasado miércoles 18 de septiembre, el espacio habitual «El Autor y su Obra», que organiza el Instituto Cubano del Libro (ICL) en la Biblioteca Provincial «Rubén Martínez Villena» (Habana Vieja), estuvo dedicado a un narrador y ensayista de singulares obsesiones: Alberto Garrandés.
 
 
Alberto Garrandés (La Habana, 31 de enero de 1960), se graduó de Licenciatura en Filología en 1983. Fue Investigador Agregado por el Instituto de Literatura y Lingüística del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, donde trabajó de 1984 a 1992. De 1995 a 1999 fungió como editor-jefe de la redacción de narrativa de la Editorial Letras Cubanas del Instituto Cubano del Libro. Actualmente es columnista del portal Cubaliteraria, y la revista digital La Jiribilla.
 
Las convocatorias para «El Autor y su Obra» buscan reconocer el trabajo de toda la vida. Razón por la que la reunión incluye a varios oradores, generalmente colegas o amigos de la persona homenajeada, así como una exposición de sus obras publicadas. Esta vez, para compartir sus reflexiones sobre el autor fueron invitados: Mercedes Melo, Ricardo Alberto Pérez, Jesús David Curbelo y Rogelio Riverón.
 
 
La primera intervención correspondió a Rogelio Riverón, aunque de una manera «extraña». El conocido escritor y editor no pudo asistir al encuentro por problemas de salud, por lo que remitió sus palabras al Departamento de Promoción del ICL, para que fueran leídas.
 
Para Riverón, la producción de Garrandés resulta un desafío al mismo concepto de género, de obra. Esto se debe a que sus textos tienen una altísima calidad, a través de cuya lectura pareciera que no se cansa de recordar que con esto –la literatura– no se juega o se juega a rajatabla. De ahí que la asimilación creativa de escrituras tan disímiles como José Martí, Lino Novás Calvo o Dulce María Loynaz, junto a la voluntad de volcar en el texto las emociones que provocan expresiones artísticas tan dispares como la pintura impresionista y la arquitectura gótica, hacen de su obra un ejercicio de estilo que expresa su desconfianza en el lenguaje y la más evidente de las obsesiones: el cuerpo como espacio de duda.
 
Las reflexiones de la narradora y ensayista Mercedes Melo Pereira giraron alrededor de la aparente contradicción entre la imagen tranquila y convencional de Alberto Garrandés, y su literatura erótica.
 
Recordó que se conocieron en 1978, en la Universidad de La Habana. «Yo era muy mala profesora y él muy buen estudiante». Desde entonces, nunca ha dejado de subyugarle ni de asombrarle. Entonces, ¿cómo se puede ser «bueno y decente» teniendo en la cabeza lo que tiene Garrandés? –se preguntó. Respuesta: Sublimando todo ese deseo en literatura.
 
 
 
Melo Pereira admitió que lo que ha sentido con Garrandés –supongo que al leer Artificios (Letras Cubanas, 1994), Cibersade (Letras Cubanas, 2002) o Las potestades incorpóreas (Letras Cubanas, 2007)– nunca lo ha sentido con otra literatura erótica. La sensación de ver conmovida la sensualidad del cuerpo, de sumergirse en una lectura donde el lenguaje es un fenómeno erotizante, evocativo, le ocurre solo con los relatos de su amigo y, muy ocasionalmente, con El Ojo, de Bataille.
 
Recordó una de las tantas explicaciones que Garrandés ha dado de sí mismo: que viene del mundo simbólico, y va a la ficción. En opinión de Melo Pereira, esta es una de las claves para comprender su excelente escritura: su conciencia de lo significativo del lenguaje en la vida. Aclaró que todos vivimos a través del lenguaje, pero pocos lo sabemos. Específicamente, clasificó la forma en que Garrandés media su relación con la realidad a través del lenguaje como una expresión de angustia, la angustia por los placeres del cuerpo.
 
Si bien el sujeto que emerge de cualquier máscara de la literatura es verbal, no siempre se consigue una expresión feliz de su ficción. En el caso que nos ocupa, el autor trabaja su angustia, la sublima, y consigue una perfección que no se da quebrando la sintaxis ni con recursos de apariencia experimental, sino siguiendo la aventura del lenguaje sin decirlo. La capacidad para este difícil equilibrio viene de su ambición, pues Garrandés desea ser un Manet de las palabras, temperada por su inteligencia sabe que no puede hacerlo, solo evocarlo.
 
Así se puede ser un hombre decente, concluyó; sublimar el animal que somos en un estilo que parece a un tiempo tiránico y alcanzar una felicidad verbal. Si se pudiera escribir una historia atractiva, sin esforzarse en el lenguaje, entonces se podría ser un hombre decente y un buen escritor, como Garrandés.
 
 
Las palabras de Ricardo Alberto Pérez tomaron la forma de un palimpsesto ensayístico–narrativo, donde las evocaciones de la historia en común con Garrandés se alternaban con ejercicios de exégesis sobre sus constantes narrativas.
 
En su opinión, lo que les ha mantenido conectados a lo largo de su amistad son las alucinaciones. Recordó que, hace más de veinte años, deslumbrados por Jean Genet y Samuel Beckett, eran parte de una tertulia que se reunía cada semana en el Instituto de Literatura y Lingüística. El grupo lo componían Jorge Luis Arcos, Rita Martín, Enrique Saínz, Alberto y él mismo. Allí recibió en manuscrito los relatos que luego integrarían Walkman (palimpsesto) (Ediciones Extramuros, 1992) y logró intuir que habría un cambio en la literatura.
 
De acuerdo con Ricardo Alberto Pérez, una clave de la escritura de Garrandés es su capacidad de hacer polvo todos los indicios –anecdóticos, estilísticos, filosóficos–, de modo que entre él y el lector hay un forcejeo constante. Entre la intriga –aquí se expresa la influencia de Jorge Luis Borges– y la inestabilidad de sentimientos y sensaciones, leerle es un desbocado contacto con lo desconocido. Se trata, entre otras cosas, de que Garrandés es un ente que devora la realidad, cuya mente transita por toda esa basura cotidiana que desperdiciamos y la transforma en espacios de ambigüedad en literatura. Ahí crecen sus personajes.
 
 
Los textos de Garrandés podrían ser definidos entonces como metáforas de la corporeidad, y su modo de apropiación del lenguaje como el esfuerzo de expresar el mundo de las imágenes, con predominio visible en su obra. Es que las grandes influencias de este hombre son la música y el cine. Mientras que sus múltiples obsesiones le llevan a oscilar de la exquisitez al súbito catastrofismo. Por ejemplo: «En el cristal de la ventana», tras el hilo de sangre que se desliza, están los retratos de Lord Byron y Led Zeppelin.
 
El último ponente fue el poeta, narrador y ensayista Jesús David Curbelo, que se concentró en otra parte de la obra de Garrandés: la abundante producción reflexiva –reconocida con el Premio «Alejo Carpentier» de Ensayo 2008 a El concierto de las fábulas– y su único texto lírico hasta ahora: Kashmir.
 
Comenzó –de modo muy ordenado– explicando su canon personal para juzgar a los escritores: hay obreros (en sus textos son visibles las costuras, nunca rebasan la corrección en el lenguaje), hay  artesanos (siempre están listos para vender, abordan temas cómodos y producen libros cómodos), y hay artistas (no les importa vender, sino captar el espíritu de una época, para ello pelean con la tradición, el pensamiento, el lenguaje). Aclaró Curbelo que, por lo general, los artistas venden poco, ya que los suyos son libros incómodos que sus contemporáneos no entienden bien.
 
Para Jesús David Curbelo, Alberto Garrandés es un artista. Aunque es uno de los pocos escritores de Cuba que vive de su escritura, sin hacer concesiones. Esta cualidad se expresa tanto en su ficción como en sus investigaciones: como ensayista, es un acucioso investigador de excelente estilo.
 
 
De acuerdo con Curbelo, esta combinación no es usual en nuestra lengua: tenemos a excelentes investigadores que luego apenas producen áridos informes, o excelentes estilistas que utilizan materiales recuperados por otras personas, lo que les pone en el riesgo de la pifia –uno de los ejemplos más famosos es Octavio Paz. En Cuba, hay algunas personas que reúnen ambas virtudes: Don Fernando Ortiz, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Alberto Garrandés.
 
El primer encuentro entre Curbelo y Garrandés no fueron sus narraciones de la década de 1990 –Walkman (palimpsesto) (Ediciones Extramuros, 1992), Artificios (Letras Cubanas, 1994), Salmos paganos (Ediciones Unión, 1996) y Capricho habanero (Letras Cubanas, 1997)–, sino dos volúmenes de ensayo: Ezequiel Vieta y el bosque cifrado (Letras Cubanas, 1993) y La poética del límite (Letras Cubanas, 1993) –sobre Virgilio Piñera. Los libros le cautivaron, entre otras cosas, porque se tocan lo fantástico y el absurdo, mientras que la literatura y el ensayo de la época repasaban hasta la saciedad todas las vertientes del realismo.
 
A lo largo de su carrera de crítico, Garrandés ha seguido abordando tópicos poco frecuentes. En Silencio y destino. Arquetipos culturales y representación simbólica en Jardín de Dulce María Loynaz (Letras Cubanas, 1996) debate sobre literatura femenina y los géneros literarios (una de sus obsesiones), incluso sobre el erotismo. En Los dientes del dragón (Letras Cubanas, 1999), regresa a Vieta, presenta otros grandes de su panteón personal: James Joyce, Vladimir Nabokov, Samuel Beckett, Walt Whitman, y disecciona la influencia de estos en su propia producción. Para Curbelo, Nabokov y Whitman encarnan inquietudes especialmente significativas en Garrandés. En el primero, está la capacidad de reajustar el lenguaje, pues pasó de escribir en ruso a uno de los grandes en la lengua inglesa. En el segundo, cómo la fuerza de una estética puede saltar las barreras del idioma, pues Whitman fue una de las grandes influencias para los modernistas latinoamericanos –Rubén Darío, José Martí.
 
En esta tesis, el segundo gran valor de los ensayos de Garrandés es el mapeo. Al estilo de José Lezama Lima y Cintio Vitier, que organizaron la poesía cubana del XX, Garrandés traza los derroteros de la narrativa cubana del XX, lo cual complementa con antologías. Este trabajo de ordenamiento –Síntomas (Ediciones Unión, 1999), Presunciones (Letras Cubanas, 2005)– prueba que no retrocede ante el polvo de los archivos y que puede redactar reportes de investigación en una prosa provocadora, elusiva, que articula armónicamente los estilos anglo-germano (citas abundantes, notas al pie, densidad conceptual) y latino (subjetividad de la mirada, incorporación de la historia personal) en otro personal, de excelente lectura.
 
 
La madurez de su estilo como ensayista se concreta en 2012, con La lengua impregnada –erotismo en la narrativa cubana– y Sexo de cine. Visitaciones y goces de un peregrino, donde salta del cruce anglo-germano-latino a incorporar elementos lúdicos a la mezcla vital de ensayo, ficción y lírica. En La lengua impregnada la señal es clara, pues hay un personaje que se la pasa impugnando las afirmaciones del autor. En Sexo de cine se trata de la autoentrevista que cierra el volumen, donde Garrandés revela sus filmes favoritos.
 
Jesús David Curbelo cerró sus palabras de elogio con la reseña de Kashmir (Ediciones San Librario, Medellín, 2012), único y curioso poemario en la bibliografía de Alberto Garrandés.
 
El libro es una colección de cien cantos –poemas en prosa– que componen un gran poema. Su tema central es el erotismo, pero como conocimiento, como refinamiento del espíritu, como camino de salvación. Descansa en el afán de ir más allá del verso, como los modernistas. También es vanguardista, pues su dramaturgia se basa en el simultaneismo: la descomposición de la realidad en múltiples planos.
 
 
El cierre correspondió al homenajeado, por supuesto.
 
Garrandés comenzó con un recuerdo: el 31 de enero de 1986, su cumpleaños veintiséis, Ezequiel Vieta le regaló dos volúmenes con las obras de John Donne y William Blake, que le cambiaron la vida –y me atrevo a decir que la vida de quienes le hemos leído en estas dos décadas. Después dio paso a la incomodidad, pues «agradezco los homenajes con cierto desasosiego». Sin embargo, celebró la oportunidad del reencuentro con los amigos: «este panel es la prueba de que tengo amigos inteligentes, amigos muy sensibles».
 
Anunció que están en proceso dos nuevos libros. Termina ya el borrador de una novela y pronto comienza la escritura de un nuevo libro sobre cine.
 
Para el grupo de jóvenes escritores allí presentes –una parte significativa del público– recuperó el consejo que le dieron –en diferentes momentos de su vida– Ezequiel Vieta y Dulce María Loynaz. Para la escritura hay que tener fiereza de espíritu y desdén frente a las modas. Lo primero implica exigencia; lo segundo, rigor.
 
 
Cerró su intervención con agradecimientos a sus lectores, a quienes organizaron el homenaje, al ICL, a su esposa Elsa y a su hijo del cual no podría estar más orgulloso. En última instancia, concluía, ser escritor no es un gran mérito, lo esencial está en el sueño o en el ensueño.
Tomado de Cubaliteraria

Un comentario en “Un hombre bueno y decente que escribe sobre lo inestable del deseo y la mirada

  1. Todo esto quedó muy bien, Yasmín, y te agradezco mucho… y te mando un beso, y dale un abrazo de mi parte a Rogelio… mi telef: 6993223, ya sabes mi e-mail. Un abrazo, AG

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