La Habana, 23 de febrero – Las últimas sesiones de debate de Lecturas en la Red aumentan la audacia de sus propuestas. Esta mañana, Pablo Rigal, coordinador del espacio, provocó a Víctor Fowler, Jorge Ángel Hernández y Bruno Henríquez para que especularan sobre el impacto de los e-books en la realidad a mediano y largo plazo. La propuesta es el desarrollo lógico de los acercamientos que ha tenido el polémico tema de la digitalización de la cultura, que llevaron adelante, de modo paralelo, Cubaliteraria en el local de Lecturas en la Red y la Agencia Literaria Latinoamericana, en el Salón Profesional del Libro.
Pablo Rigal guió el debate a través de preguntas a cada panelista y ellos respondieron de forma más o menos ajustada. Lo que sigue no es una transcripción de la sesión (aunque habría sido deseable que Lecturas en la Red grabara los debates que organizó durante la semana), sino un resumen de lo que considero puntos más significativos de cada intervención.
La primera intervención se le pidió a Víctor Fowler, el cual debía responder la pregunta que nombraba al panel: ¿Es el libro digital solo cambio de tecnología o modifica los paradigmas de la cultura?
Primero, el conocido ensayista y poeta hizo una declaración de principios: la escasa presencia de público en el local era, a sus ojos, prueba de la falta de liderazgo y claridad de objetivos con los que se maneja el tema de los libros digitales. Pues un debate sobre el cambio o no de paradigma a partir de la tecnología no interesa solo a editores (que eran pocos), también bibliotecarios y docentes, gente con diferentes perspectivas sobre la lectura.
Luego expuso su trabajo actual. Un proyecto de poesía hipertextual basado en el primer software libre para hacer hipertexto, Hype Dyn. En la medida que mostraba el funcionamiento de este programa, Fowler expuso los elementos básicos de la lectura no secuencial. De acuerdo a los teóricos del asunto, la creación de hipervínculos dentro de un texto, tanto en poesía como en narrativa, transforman al libro en una máquina de significados que cambia continuamente. En la medida en que se hacen más vínculos, disminuyen las posibilidades de lecturas similares.
Advirtió Fowler que ese elemento es muy importante en el debate de la lectura hipertextual: sin la linealidad narrativa y la experiencia común, ya no importa cuántas páginas se leyeron; desaparecen, de hecho, el inicio y final de los relatos y todo puede ser eterno o brevísimo.
El segundo tema que abordó fue el de la definición de libro electrónico: ¿hablamos de usar el formato PDF, de promover la venta de Kindles y otros artefactos, o de promover el hipertexto como entrada a un cambio de sensibilidad? Fowler aclaró que, desde su punto de vista, mientras el producto esté al servicio de las palabras, estaremos hablando de literatura. Pero eso no solo se logra con un programa, sino con el uso que, como usuarios, le demos. En ese sentido, como antes la imprenta, la tecnología cambia el límite de la literatura. Lo que no podrá ser cambiado es la percepción personal de la lectura.
Su tercer tema ahora que lo pienso, Fowler no respondía, sino que lanzaba provocaciones- fue el destino del libro. ¿Cuál es el destino del libro en este modelo de lecturas hipertextuales?, se preguntaba. Su creencia es que cuando toda la humanidad sea nativa digital, en cien o ciento cincuenta años, pasaremos al uso generalizado de la información hipermedial y el libro desaparecerá lentamente. Aclaró que no se trata de tirar a la basura lo que hoy entendemos por «libro», sino de que el abanico de posibilidades técnicas permite imaginar otras maneras de ordenar la información, buscar otros caminos y experiencias.
Al ensayista Jorge Ángel Hernández, Pablo le pidió que continuara una de las líneas de especulación esbozadas en la primera intervención. Si estamos al borde de un cambio en el modo de hacer y experimentar la lectura. ¿Habrá que buscar nuevas palabras para esto?
Pero Hernández dio vuelta a la pregunta: Estamos en un debate tecnológico con el objetivo de cambiar la mentalidad.
Para empezar, nos recordó que la idea del hipertexto no es nueva (ahí está Rayuela), lo nuevo es un soporte con mayores posibilidades para explotar el recurso que el papel. Tampoco es nueva la lectura no lineal, puntualizó, praxis normalmente asociada con revistas y publicaciones periódicas, donde las personas van a lo que les interesa y luego saltan de texto en texto.
Después de un par de reflexiones filosóficas en las que me perdí, Hernández ancló esas preocupaciones en un espacio y una necesidad concretas: En Cuba, no hay alfabetización digital dentro de las instituciones, y en un país tan institucionalizado como Cuba, eso te condena a la marginalidad. Por tanto, mientras esa campaña no se emprenda, las investigaciones sobre libros electrónicos no podrán ir muy lejos.
Ahí Pablo Rigal le puso la precisa: ¿el hipertexto plantea nuevas exigencias del lector al autor?
Basado en la experiencia internacional, Hernández negó que las nuevas exigencias fueran asunto prioritario ahora. Citó como ejemplo la apuesta por los textos «clásicos», de autores conocidos, en las editoriales que se extienden al mercado digital. En su opinión, se trata de que el público aún espera establecer una relación con alguna persona a través de la lectura. Especuló que esta necesidad está unida a la lógica secuencial con que se formó la sensibilidad de la mayor parte del público, y por tanto, desaparecerá en la medida que se imponga la lógica de los nativos digitales. Entonces las inquietudes serán otras.
Mirándolo desde el otro lado, el de los autores que hoy experimentan en la hipertextualidad, señaló que un autor difícilmente pueda sacarlo todo de un programa, o modificarlo. A menos que seas programador, además de poeta, o tengas un programador de confianza.
Me pregunto si esa relación entre programador y autor de textos que dibujó Jorge Ángel debe ser considerada como un atisbo de la desaparición del autor.
A Bruno Henríquez, conocido escritor de ciencia ficción y promotor del género, Pablo Rigal lo interrogó sobre lo que, en las palabras de Fowler y Hernández, se presentaban como búsquedas desencontradas: un público que busca hipertexto y autores, autores que buscan nuevos modos de expresión sin renunciar a la soledad de la creación ¿revela eso algún tipo de actitud nostálgica?
Para Henríquez, lo que demuestran las resistencias al libro digital es que estamos aferrados, como cultura, a la idea de que libro es solo un objeto de papel, es solo lo que pueden contener esas tapas.
Para desautorizar la idea, citó una anécdota de 1997. Alguien le dijo que los libros de cabecera eran insustituibles, él respondió mostrando una calculadora científica. Las fórmulas y variables que guarda en su memoria este artefacto, explicaba, pueden ser el libro de cabecera de un ingeniero o arquitecto. En la misma línea recordó cómo los CDs sustituyen ya, en muchos lugares del mundo, a los gigantescos volúmenes de anatomía humana, que los estudiantes de Medicina reciben al principio de sus carreras y nunca más podrán dejar de consultar. Ese CD es su libro de cabecera, sin él no podrán avanzar, seguro.
Resaltó la necesidad de establecer equipos multidisciplinarios para acercarse a la complejidad de nuestra sociedad lo cual implica aceptar la lógica del trabajo en red. Entonces, el libro electrónico, hipertextual y multimediático no es una imposición, es la expresión natural de nuestra realidad actual. Para no quedar como un catastrofista que anunciaba la muerte de los libros, el escritor llamó a recordar, en este caso, el paradigma del desarrollo científico: los nuevos descubrimientos no niegan lo que se sabía antes, lo asimilan. Lo que se traduce en este caso en que no habrá piras de Shakespeare y Vallejo alzando sus llamas hacia el cielo mientras se anuncian rebajas de Ipads con ediciones completas y notas críticas, sino que el libro digital, como producto tecnológico del desarrollo científico, asimilará las capacidades del libro de papel y aportará otras.
En esta misma cuerda, Víctor Fowler volvió a intervenir. Para él (¿por qué es poeta?) el problema de los autores frente al libro digital tiene que ver con el cambio de lenguaje: son los límites de las palabras los que demandan otros recursos expresivos.
Refirió una situación que la mayoría de las personas hemos pasado para un trabajo de clase o un poema-: querer describir algo y no poder. Las palabras no alcanzan y se consideran otros recursos expresivos, que no caben en el papel, que lo superan. Puede ser una partitura de lo que suena en la cabeza, o el fragmento musical que ya conocemos.
Concuerdo con Fowler en que son los límites de las palabras. Así se articula su propuesta: La pregunta tal vez sea si el libro ya murió porque se agotó su forma comunicativa, porque queremos decir de otro modo.
¿Paradigma tecnológico vs Paradigma humanista?
Tras esta ronda de reflexiones, varias personas del público polemizaron con el panel.
Al revisar mis notas, creo que el debate se podría resumir a dos bandos y un par de gentes que intentamos suavizar la tensión. De un lado, los llamados de atención de un humanista recalcitrante, que se mostraba cauteloso sobre las implicaciones de esta nueva tecnología en las capacidades cognitivas, participativas y de intervención social de los grupos discriminados. Del otro, los argumentos de quienes predicen un cambio de modos de entender y construir el mundo a partir de la llegada de una humanidad completamente digitalizada.
El humanista, esta vez, fue Modesto Milanés. Para él, los argumentos expuestos a favor del cambio en los modos de leer olvidan que los lectores necesitan entrenamiento para utilizar estas herramientas en función de sus necesidades. Además, no es cierto que haya el mismo acceso a la información.
Si la tecnología llega a lo más remoto de África, de todos modos las personas que se relacionan con ella no la perciben igual que sus usuarios de entornos urbanos. De todos modos habrá desigualdad. Adelantar el fin del libro olvida que las ventas «en papel» han aumentado de nuevo, mientras que las de «libros electrónicos» se estabilizaron.
Para Fowler, del otro lado de la valla, el sujeto migrante digital está en vías de desaparición. Citó en su defensa que Corea del Sur y Venezuela planifican ya la sustitución de los libros de texto en sus escuelas por tabletas, llenas de contenido y con acceso a la red. También al Proyecto «One Laptop per Child», que avanza lentamente en África. Estas últimas son artefactos capaces de usar electricidad, celdas solares, energía eólica o dinamos manuales, todas se conectan por vía satelital, para que la más remota aldea pueda asomarse al mundo y poner su parte en él.
La idea, según Fowler, era especular sobre la lectura en un futuro en que toda la población es de nativos digitales. En su opinión, esa formación-base condicionará sus hábitos de consumo, sus gustos y sus lecturas.
Entre los dos polos de cautela social y entusiasmo tecnológico se situaron otras intervenciones.
Yo traté de tender un puente entre Milanés y Fowler. Me parece que lo que al primero preocupa tiene más que ver con las condiciones materiales para el acceso que con los impactos de la digitalización. Propuse entonces que, de lo que se trata, es de que la educación básica no debe limitarse a libros y libretas, tiene que incluir artefactos electrónicos de calidad. También llamé la atención sobre un elemento que queda colgando todo el tiempo en los debates que he visto: el modelo ideológico de los nativos digitales de Cuba.
Se sabe que esa generación existe, pero poco conocemos de sus características sociales. Lo que sí es cierto es que esa nueva generación consume productos del extranjero porque la oferta cubana es casi inexistente. ¿Qué clase de intereses tendrá? ¿Serán hiperindividualistas olvidados del destino del planeta o comprometidos activistas de la red y la calle?
Rafael de la Osa usó su propia experiencia al frente de Cubarte para señalar lo que considera una carencia en la actual producción de libros digitales en Cuba. Cubarte hace CDs multimedia con temas culturales desde 1993, hasta hace un año casi todo se exportaba. Desde 2012 esos discos empezaron a ser consumidos por el mercado interno, gracias al aumento de computadoras domésticas entre la población. El CD de los Van Van, por ejemplo, ya está agotado.
Sin embargo, la mayoría de las empresas lanzadas en este boom del libro digital solo piensan en vender hacia fuera, no en el mercado interno. No se busca establecer los mecanismos para que librerías y bibliotecas puedan utilizar estos nuevos títulos.
Para Osvaldo Padrón, editor de Ciencias Sociales, este fenómeno debe ser analizado desde diversas aristas. Una muy importante: trabajar en la superación de los editores para que aprovechen al máximo estas nuevas tecnologías.
Para el cierre, los tres panelistas hicieron una ronda final de comentarios.
Fowler trató de responder a Milanés invocando la naturaleza tecnofílica de nuestra especie. O sea, recordó que los libros son artificiales, solo que el de papel ha estado mucho más con nosotros que los artefactos digitales. Propuso que la clave para el uso de esta nueva tecnología estará en los sistemas educativos, en el entrenamiento que deberán recibir las nuevas generaciones. Se trata de que la tecnología crezca, luego será utilizada. Puso, incluso, el ejemplo de un novedoso proceso tecnológico anterior, cuyo impacto hoy nadie se cuestiona. A mitad del siglo XIX parecía imposible que una sola persona pudiera dirigir movimientos, colores, sonidos, texturas; llegó el cine y lo hizo posible; luego llegaron las personas capaces de convertirlo en arte.
Al cierre Jorge Ángel Hernández también resaltó la importancia de la educación. La alfabetización digital es imprescindible a nivel social, en tanto cambia la percepción del mundo. Y advirtió que estos debates nunca recibirán apoyo real de las instituciones si una parte significativa de Cuba no aprende a ver el mundo así. En el contexto internacional es importante apresurarnos, pues llegaremos tarde a este campo del conocimiento. Eso tiene la ventaja de que podríamos evitar los errores de otras sociedades, y la desventaja de que tendremos que pelear por el espacio.
Bruno Henríquez resaltó el valor de la enseñanza temprana para cambiar de hecho la percepción del mundo. La nueva generación maneja con soltura sus artefactos, han crecido con ellos y no les temen. Hay que hacerse a la idea de que los nativos digitales tienen otro modo de ver el mundo. Nos pasa a todos, advirtió, vemos el mundo de acuerdo a lo que nos enseñaron de pequeños, con esa ideología y espiritualidad veremos el mundo. Terminó con poesía: Hoy sabemos que no solo se huele con la nariz ni se oye con los oídos, es así como vemos el mundo en los sueños. Un libro que une textos, imágenes, música, también usa nuestros sentidos de modo diferente. Yo creo que el libro digital es una forma de llegar a los sueños.
Tomado de Web FIL 2013