Memorias de la FIL 2012: Acerca del síndrome del agotamiento previo en el segundo mes del año

Tags: Feria Internacional del Libro de Cuba, Cuba, política cultural, Instituto Cubano del Libro, Ministerio de Cultura, libros, lectura, La Cabaña
 
Ya estamos de nuevo, apenas nos recuperamos de la agitación y es la segunda semana de febrero. El parto comienza.
 
El parto, claro, es la Feria Internacional del Libro de Cuba, que funciona como ritual dionisiaco de muerte y resurrección. A la Feria se orientan todas las fuerzas del gremio editorial y la industria poligráfica desde agosto, en la Feria quieren presentar sus títulos las gentes de toda Cuba, solo por la algazara de la Feria compran muchas gentes libros para el resto del año, a la Feria vienen intelectuales –narradores, ensayistas, poetas, editores– de medio mundo, curiosos por esa fiesta multitudinaria que pisotea las teorías sobre «cultura de masas» y pendejadas elitistas semejantes.
 
Se ve de todo en la Feria Internacional del Libro de Cuba:
 
A un chofer de ómnibus pidiendo de favor que le consigan el libro del Fidel, porque no puede dejar solo «al carro», pero su mujer lo mata si regresa sin eso a casa.
 
A un ex–guerrillero cantando loas al «capitalismo bueno» y sus políticas culturales.
 
A un estalinista ortodoxo compartiendo espacio de presentación –obligado a sonreír– con un libertario troskista.
 
A un historiador presentar un libro digital gratuito y asegurar «Esto es el justo homenaje a la memoria de ella», aunque diez años de investigación se le queden sin recompensa material directa.
 
A un representante de la Distribuidora del Libro frenético: «Se robaron el camión que llevaba La edad de oro para Santiago de Cuba». «Pero, ¿cómo se roban algo tan grande?». «No, el camión está ahí, pero la carga desapareció.» Y la filosófica respuesta de alguien: «Bueno, los ladrones también tienen hijos ¿no?»
 
A un director de editorial perseguido por la turba enardecida, porque los libros no alcanzaron.
 
A un miembro del Consejo de Ministros de Venezuela mezclarse entre la muchedumbre, relajado y feliz.
 
A un grupo de intelectuales que esperan tres horas a que empiece una presentación.
 
A un Ministro de Cultura organizando una cola.
 
A un príncipe inca –representante de los pueblos originarios– pasando sed en la calle –las fuerzas de seguridad nos sacaron de la fortaleza para «asegurar el perímetro»– y luego sentarse al lado del Comandante en Jefe.
 
Por eso ya no me imagino que lo he visto todo, la Feria siempre supera tu experiencia anterior, es más grande, más diversa, más políglota, más popular, más agotadora.
 
Y es que desde que se hace Feria en La Cabaña y Feria en El Vedado me hace falta el aparatico de Bruno Enríquez en su relato «Solo Marta», el multiplicador dimensional, para tener la más remota esperanza de asistir a todo lo que me interesa. Claro, cuando solo se planeaban presentaciones dentro de la fortaleza de San Carlos de La Cabaña corría de un lado a otro, pero con esta «actualización del modelo», a menos que corra con una moto de gomas antideslizantes –el Túnel de la Bahía, ¿recuerdan?– y gasolina a 60 centavos de CUP es imposible. Si, lo se, la culpa es mía, por querer saber de tantas cosas, por querer leer tantos libros y tener otros tantos «de consulta», desde recetas de cocina hasta colecciones temáticas de discursos. Pero no me puedo resistir, desde chiquitica soy biblioadicta y relectora compulsiva… tanto a mi favor es que ya dejé de leer en la guagua.
 
Así que, como casi cada enero desde que empezó el siglo, me fui a poner extensiones en el pelo –la Feria agota mucho como para pensar en peinarse–, lave toda la ropa y reparé las sandalias.
 
En Guanabacoa, a donde viajé para pagar 100 pesos menos por el arreglo de la cabeza que en mi zona de residencia actual, me ha preguntado la hábil peinadora que cómo era eso hacer la Feria y le respondí «Es como organizar una fiesta de quince por todo lo alto. Y está bien» añado «si te gusta hacer fiestas de quince cada doce meses».
 
Día a día les contaré qué veo, pero primero saldrá en el sitio de la Feria, que hay que comer… y no solo pan.

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