Lo que sigue es un llamado de atención a aprovechar los espacios de debate social que poco a poco se abren en nuestra sociedad. Esto es un artículo de opinión que aspira a provocar, favor reenviar a todas las personas que puedan sentirse interesadas. Se solicita la publicación y distribución por medios digitales o impresos del contenido íntegro.
Las políticas para minorías son engañosas: da la impresión de que protegen a pequeñas cantidades de personas con necesidades específicas. En realidad se trata de granndes cantidades de personas despojadas por el poder de pocas de la normalidad humana.
Yo pertenezco a la inmensa minoría, la inmensa minoría de las mujeres, la inmensa minoría no blanca, la inmensa minoría no heterosexual. Son unas minorías inventadas, claro: Porque las mujeres somos la mitad de la población. Porque si en China hay 1 300 millones de personas, en la India otros 1 000 y tanto millones, si el lejano 1990 el estimado de África rondaba los 642 millones –no hay censos más recientes para la mayoría de sus países–, entonces poca gente queda que no sea “de color” en el mundo. Porque si heterosexual es alguien que nunca en su vida fantaseó con la imagen del espejo…
Soy miembro de minorías inventadas desde el poder, que existen a partir de la idea que la persona normal es blanca, es masculina y es heterosexual. Porque así son –o se imaginan– quienes tienen el poder.
Esta mujer negra y bisexual se quedó fuera del juego porque Jesús envió a los hombres de Europa a que conquistaron al mundo con la Biblia y la espada. Ahora ellos juegan a la bolsa en New York con el oro de nuestros templos y el petróleo de nuestro subsuelo, mientras el FMI se encarga de limpiar los platos sucios del sagrado capitalismo.
Pero cuando hablo de minorías en primera persona del plural –y disfruto la incomodidad de algunas personas o el guiño cómplice de otras–, adquiero una responsabilidad cívica, la de defender el grupo al que me adscribo. Después de todo, nadie me pregunta si soy mujer o si soy negra, y por lo mismo nadie defiende la sharia o al Ku Kux Klan en mi presencia. Pero casi todos asumen que soy una buena madre que aspira a defender a su bebé de esos programas de TV que dicen que la homosexualidad es normal. Mi deber cívico imperativo se refiere entonces a la diversidad sexual. Y el ejercicio de tal responsabilidad es complejo porque pasa por la heteronormatividad, la abulia colectiva ante las actitudes públicas de homofobia, la reproducción de patrones violentos para combatir lo mismo que nos agrede. Por ejemplo:
El jueves pasado fui yo al banco, la cola era larga, el sol aplastaba, la humedad dibujaba patrones desagradables en nuestras ropas y pieles. Detrás de mi un hombre amenazaba con ponerse una bomba en el pecho y hacer saltar a todas las personas de la sucursal, para que aprendieran a organizar las colas. Delante una mujer vestida de amarillo –punto negativo de entrada– descargaba su verborrea en una conocida quejándose de que no puede ver la telenovela con su hija porque salen tortilleras y la niña va a pensar que eso es normal.
Levanté la mirada. Nuestros ojos se cruzaron y en los míos pudo leer –lo se– el agobio de la circunstancia hecho uno con la rabia por sus comentarios. Sus ojos brillaron retadores. Si –continuó hablando a la conocida que asentía blandamente–, para mi los hombres van con las mujeres y las mujeres van con los hombres. Me esforcé por regresar a la lectura de los avatares de Pedro I, pero ella siguió: Si tu crees que eso es normal ponlo a las 12 de la moche, cuando toda la gente está dormida, digo, si tu lo crees.
Miré a los lados, nadie se había inmutado. Me pregunté vagamente si mostrarían la misma ecuanimidad de referirse ella a la anormalidad de las parejas interraciales. Desee poder llamar a un policía, pero ¿qué le iba a decir? Volví a la lectura consciente de que la de amarillo me miraba, feliz de su miserable victoria. Detrás el hombre bomba murmuró sus intensiones y la fantasía se abrió paso.
Estaba atada a una butaca fija frente a un televisor que transmitía la colección completa del Cine Club Diferente –desde Fresa y Chocolate hasta Brokeback Mountain, pasando por El celuloide oculto, Filadelfia, A mi madre le gustan las mujeres, Los chicos no lloran y La jaula de las locas. Aún vestía su horrible conjunto de blusa y falda amarillo pollito que rebelaba su cuerpo amorfo. El arnés –digno de La naranja mecánica– no le permitía apartar la mirada cuando las muestras de afecto le hacían sonrojar. En su regazo estaba la carga, un anticuado pero hermoso mazo de tubos de dinamita rojos y con las letras TNT en verde fosforescente. Ella se desgañitaba recordando a todos sus amigos gays y las veces que les prestó la olla de presión o les dejó usar el baño. Apreté el detonador muy lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos.
El guardia llamó a tres más de la cola y la perdí de vista. La conocida se volvió hacia mí y su mirada dejó de ser blanda. Ahora pedía perdón. Asentí sin enfado, yo tampoco puedo hacer otra cosa que fantasear.
Pero incluso la fantasía está mal, porque reproduce el patrón de violencia política con el cual que quienes hablan de democracia eliminan a sus contrincantes. Hemos aprendido miles de maneras de traicionar la democracia, porque es la única manera, hasta ahora, de acceder y mantener el poder. Pero si en verdad queremos ser cualitativamente distintos debemos controlar nuestras fantasías y jugar limpio con las armas de la democracia participativa. Por ejemplo:
El lunes 14 de junio Juventud Rebelde tendrá invitada en la Redacción Digital a Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), para una entrevista online con los lectores. Desde las 10 de la mañana hasta el mediodía ella estará respondiendo preguntas sobre la labor desarrollada por el CENESEX en Cuba –cuya labor más visible es el reconocimiento de los derechos humanos de las personas LGBT. Las entrevistas online son muy buena cosa, pues mueven el control de la entrevista del medio de prensa –y sus intereses específicos– a la ciudadanía. La participación revela entonces algo más cercano a la verdad del estado de opinión popular –más cercano porque está mediado por el acceso a la tecnología– que las más atinadas preguntas de profesionales.
Como siempre que se tocan estos temas, la página de comentarios se desbordó. Entre las expresiones publicadas asombran lo retrógrado social y la incultura legal. Se cuestiona que se gaste dinero de la salud pública para operar transexuales, se advierte que promover la homosexualidad dejará a Cuba sin mano de obra joven y hay quienes piden que los derechos de las parejas homo sean sometidos a referéndum popular. Voy a resistir la tentación de contra-argumentar y en cambio propongo.
Propongo que aprovechemos los espacios para establecer diálogos verdaderos con base en la lógica del respeto al derecho ajeno, porque el derecho a la no-heterosexualidad es tan legítimo como el derecho a comer con sal el pan de la bodega. Quienes nos sentimos con deberes cívicos reales –la inmensa minoría– estamos en la obligación de hacer “masa crítica” en cuanto nos dan la oportunidad, porque si bien somos un montón, estamos invisibles en el mar de «normalidad heterosexual» que norma a la sociedad cubana –y mundial.
Tenemos que hacer palabra y carne el objetivo de quienes se llaman queer “Estamos aquí, no nos vamos a ningún lado, así que acostúmbrense” y hacer foro abierto –hoy en JR, mañana en la Asamblea Nacional– para responder a quienes invocan la Biblia, la naturaleza y/o la tradición como justificaciones para quitarnos los derechos. Porque la responsabilidad no es del CENESEX como institución, o de Mariela y quienes le acompañan en la investigación y el activismo. La responsabilidad es de cada persona que sienta en su mejilla el golpe dado en la mejilla ajena, de quien se considere revolucionari@, o marxista, o demócrata, de quien se considere víctima o se reconozca victimari@.
Alguna vez me pregunté si queer era un insulto o una cortesía, ahora no tengo dudas, es una declaración de principios.
Excelente tu escrito, Yasmín. Soy un convencido de que nada cambiará mientras nosotros mismos no nos lo propongamos a hacerlo… desde donde podemos y hasta donde podamos! Luchar contra prejuicios, tan arraigados como la heteronormatividad y el machismo, no es tarea de unos pocos ni de un día.
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Yasmín, ¿cómo no conocía tu blog? Lamentablemente, no todos están en la misma posición de «libertad» individual para asumir de manera frontal y pública una condición que la mayoría hegemónica supone debemos callar para ser socialmente correctos, pero sin dudas, coincido contigo en que no nos quedará más remedio que escandalizar un poco si queremos que nos oigan. Y gracias por tu enlace a mi bitácora, añado enseguida el tuyo.
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